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El hombre que ya había estado muerto

Se cumplen en este mes de marzo dos años desde la muerte de José Ignacio Tellechea, una de las personas más extraordinarias que he conocido. De hecho, es la única persona que he conocido que ya había estado muerta. Otro tal vez hubiese bromeado con un tema así. Él, no lo creo. Y yo le oí contar, en al menos en dos ocasiones (una de ellas delante de más de cincuenta personas que le escuchábamos embelesados) el día en que estuvo muerto. Cómo escuchó a los médicos dar explicaciones a su familia sobre el fatal desenlace de su enfermedad. Cómo se preparaban ya para amortajarlo. Cómo se tomaron medidas para el entierro. Y cómo volvió a la vida y me dio la oportunidad de conocerlo. Creo que hasta escribió un libro con aquella historia. Tellechea todo lo escribía.

Conocí a José Ignacio Tellechea allá por 1993. En un colegio mayor en Salamanca (Guadalupe o San Vicente, Hispano, más bien Colegio, desprendido hasta del nombre, por ser amigo del viento). Un señor mayor que entraba a cenar con un batín a cuadros y pantuflas, que bajaba a la sala de televisión a ver los partidos de la Real y de cuya habitación salía, día y noche, el tableteo de una vieja máquina de escribir. Tantas letras juntó en su cuarto que el suelo se vino abajo, por no soportar tanto saber. Fue lo más sonado que ocurrió en el viejo caserón sobre la Peña Celestina hasta que cayó un rayo que voló parte del tejado.

Entre lo que me contó el propio Tellechea y lo que de él se decía en Salamanca me fui haciendo una composición sobre su persona. Datos que nunca me preocupé de constrastar, pero que hoy transcribo tal cual los recuerdo. De los jóvenes que en los años 50 había en los seminarios vascos, dos destacaban especialmente. Uno era José María Setién, quien fuera obispo de San Sebastián. El otro era Tellechea. Fue amigo de Angelo Roncalli. El italiano visitó España, creo que siendo ya cardenal. La Conferencia Espiscopal encargó a Tellechea que fuera su guía. Juntos recorrieron el país de punta a punta. José Ignacio siempre sonreía cuando recordaba aquel viaje.También hay un libro sobre este viaje. Años después, Roncalli fue elegido Papa. Juan XXIII.

Desde los años 60 Tellechea dio clase en la Universidad Pontificia de Salamanca. Hasta el 78 era frecuente verlo los fines de semana por la cárcel de Topas, visitando a presos políticos. Aunque su hábitat natural eran los archivos. Hasta los más secretos de la cristiandad eran para él como su casa. Toda una vida dedicada a la investigación. Conocía al Cardenal Carranza (procesado por hereje) y el siglo XVI español como si hubiera vivido en la época. Aunque nada escapaba a su curiosidad. Ni los corsasarios vascos en Terranova. “Es un sabio”, decían de él los alumnos veteranos del colegio mayor a los nuevos.

A Salamanca iba un cuatrimestre al año. A la peña Celestina, sobre el río Tormes. “Yo soy la roca, que siempre está aquí. Vosotros, el agua que pasa”, nos decía Tellechea a los chavales. Y un par de veces nos contó en día en que habia estado muerto.

(La foto, tomada en San Sebastián en 2002, es del archivo del Diario Vasco)

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