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Jaén romántico

Desolado porque Paulino Plata haya sido llamado para más altas responsabilidades y haya abandonado el encargo del presidente Griñán para elaborar un plan contra los tópicos que nos afligen a los andaluces, me entrego a la lectura de ‘Viajeros americanos en la Andalucía del XIX’, de Antonio Garrido Domínguez y publicado por la editorial La Serranía en 2007. Nada más tópico que Andalucía vista por los viajeros románticos. De camino a Córdoba pasó por Jaén en los años 70 del siglo Samuel Irenaeus Prime (1812-1885), hombre que fue durante 45 años editor del The York Observer, y que dejó escrito lo que sigue:

“Nos encontramos en Andalucía, una de las peores regiones de España. Verdad que es Andalucía, y que el sonido de su nombre es melodioso y sugiere belleza y pastoriles delicias; pero en la provincia de Jaén, en cuya capital nos encontramos cerca, de una población de trescientos sesenta mil habitantes, más de trescientos mil son analfabetos. Como la ignorancia y el crimen se dan la mano, anualmente se contabilizan entre trescientos cincuenta y cuatrocientos asesinatos, y casi los mismos robos. Es un panorama tan sombrío como cierto, al igual que, en cientos de ciudades, el alcalde no sabe leer ni escribir. En Mengíbar nos paramos a almorzar, desayunar, cenar o quiera que se le llame (…)Todavía más complicado era adivinar el nombre del plato que teníamos delante de nuestros ojos. La fuente había sido pollo, pero en un momento de su avanzado estado post mortem, se le había sometido a un baño de salmuera y ahoar nos lo ofrecían para consumir (…) Luego nos sirvieron un estofado. Sugerí que era liebre. Mi compañero pensó que era gato (…) El precio de la comida, que en vano habíamos intentado comenzar, era el mismo que el de muchos hoteles reconocidos de París (…) Empezamos a sentir la languidez del clima. Los únicos árboles eran olivos. Ningún pájaro cantaba para que no creyéramos que era verano. Paramos con frecuencia en pequeñas estaciones, con objeto de dejar y recoger correo. Las cartas y los periódicos estaban atados en paquetes con una cuerda y los entregaba el empleado del tren a un muchacho o a una mujer que los recibía en mano. La corrrespondendia del lugar se le entregaba al tren de la misma mamera. Ni bolsas, ni cajas, ni cerrojos, ni llaves, ni siquiera una leve envoltura para proteger las cartas. Es la forma de hacer las cosas en este país”.

Por Jaén tambió pasó en 1859 James Johnston Pettigrew, de Charleston, que se hizo famoso años más tarde con uniforme azul por dirigir una carga heroíca en la batalla de Gettysburg, en la guerra civil americana, donde recibió heridas que lo llevaron a la tumba. Garrido Domínguez resume lo que dejó escrito sobre la ciudad de Jaén el americano:

“Las viejas murallas trepan por la colina, dando vueltas hasta ganar el Castillo…Tan monumental es su catedral y tan empobrecida y decadente aparece la ciudad que Pettigrew se sorprende de encontrar tal joya arquitectónica en una población que estima de poca importancia”.

Los viajeros del XIX apenas si pasaron por Jaén. Mejor dicho, pasaron muchos, pero sólo éso, pasaron camino de Córdoba o de Granada. Dejaron algunas descripciones muy elogiosas sobre el urbanismo de La Carolina, otras pintorescas sobre los botijos de Andújar, fueron convenientemente asaltados por bandoleros en Despeñaperros (se ve que era poco menos que uno de los atractivos turísticos que venían en el programa, y que serán motivo de otro post) y poco más. Los muy románticos perdían el culo por irse a la Alhambra o a Sevilla. Y Paullino Plata aún no había recibido el encargo de acabar con los tópicos andaluces.

A bocajarro. A la distancia justa donde salpican las tripas de la noticia cuando estalla.

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