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Aquellos maravillosos años

En las vísperas de Navidad se fue Joe Cocker, una de las voces rotas y desgarradoras que han marcado la vida de muchos, con temas que se han clavado en sus memorias y a los que recurren cuando afloran los recuerdos.
En estas fechas, tan dadas a echar la vista atrás, la muerte del cantante de Sheffield –al que vi en un espectacular, aunque escaso de público, concierto en la plaza de toros de Logroño allá por 1995- me ha hecho volver la mirada y recordar With A Little Help From My Friends, uno de las canciones que le convirtieron en mito (pese a que fue creada por los Beatles) y el tema central de la fantástica serie ‘Aquellos maravillosos años’. ‘Con una pequeña ayuda de mis amigos’ se puede traducir al español.
No hace mucho, el gran Eloy Madorrán, en una de sus reflexiones de sus recomendables ‘Fuerteflojo’, hablaba de cómo le había marcado el balonmano y las personas que a través de él habían sumado para ser la persona en la que se había convertido. El resultado es maravilloso, desde luego. Su tema me hizo pensar en que yo le debía algo parecido al baloncesto y a aquellos que han aportado algunas de las enseñanzas y valores que ahora rigen mi vida. Como diría Joe Cocker arañando su garganta, he llegado hasta aquí con muchas pequeñas ayudas de mis amigos.
Pese a mi tardía conversión en jugador de baloncesto tras mi descorazonador paso por el fútbol, puedo presumir de haber llenado mi vida de compañeros y amigos sumados en estos años alrededor de una cancha y dos canastas.
Ya cuando el campo de tierra (en ocasiones, hasta de hierba) todavía no se había convertido en terreno hostil, uno ya tonteaba con otra novia de más de tres metros de altura en el patio del Escultor Daniel, el instituto que me dio a mi cuadrilla, a algunos de mis mejores amigos y a algún hermano de leche. Allí, el respeto entre los mayores se ganaba peleando más que ellos y respetando sus normas y las jerarquías establecidas. Junto a Nacho, Caldi grande y pequeño, Espi, Waiki, pasamos de novatos a imberbes veteranos y saltamos al baloncesto federado.
Primero, de la mano del Lestonnac, mi cuna baloncestísitica y la de mis hermanas y hogar de regreso, casi 20 años después, ya como BBR. Mil entrenadores tuvimos en esa etapa una cuadrilla que apuntaba a banda de apasionados del basket formada por gente como Chuchi, Gabriel, Richi, Óscar o Nico (una de esas buenas personas que te encuentras en la pista y en la vida).
En el club, como jugador, sólo un año me tuvieron que soportar, pero llevan ya un cuarto de siglo teniéndome cerca. Porque es de necios alejarte de aquellos que sabes que sólo te aportan cosas positivas. Si hago una lista de la gente que siento ahora más cercana y que siguen aguantándome a su lado tras casi diez años fuera de Logroño, en ella hay una buena retahíla de aquellos nombres. Con Pablo y Clari a la cabeza, Ángel, Gadafi, los Martínez Íñiguez (Eduardo, Carlos y Luis -héroe o villano, siempre presente-), Noe, Silvia, Aurora, María, Alberto, Nuria, Vanesa, Vero, Luz. Aquel equipo campeón, casi secta, con el gran Chema (en todos los aspectos), ese gran desconocido para aquellos que no quisieron conocerlo (ellos se lo pierden), Esther, Rocío, las Marimares, Miriam, Sofía, Belén, Laura, Elisa (aunque le joda, uno de los mayores talentos del baloncesto femenino riojano)… que se extendía a la selección cadete de torneos navarro-vasco-iparralde-riojanos. Y Carol. Que pasó del nada al todo. Pupila, amiga, compañera y prioridad.
Pero el paso como jugador al Loyola era lo natural. Con el padre Veridiano abriendo puertas, en el grupo que se formó entonces encontré mi verdadero equipo. Aunque algunos lo dejaron por el camino (Alfredo, Alberto, Iván, Togolo -maestro entonces, gran maestro ahora-, Jaime -otro más con pedigrí Martínez Íñiguez-,…), ahí quedaron unos cuantos para formar luego los míticos Tinos, una cuadrilla con la que sólo la edad pudo. En mi colegio de toda la vida aprendí la base fundamental del juego a base de sudor y alguna lágrima gracias a Luis y entendí con Roberto que la mesura también da éxitos.
Saltamos a categoría senior con las caras aún llenas de adolescentes granos, y con la ayuda de Raspu -el eterno ‘joveterano’-, Julio, Toño y demás alcanzamos la final contra los ilustres del Cava Faustino. Nos ganaron bien ganados pese a nuestro mosqueo irreverente. Con el tiempo, comprendí que éramos quijotes luchando contra molinos. Porque en ese equipo estaba la saga de los Ramos, mi admirado y querido Chile, Chema (‘Jordan’ le llamábamos por su infalible tiro a media vuelta), Candi, Conguito… Con algunos de ellos me he encontrado como compañero ahora en el cementerio de dinosaurios que es la liga municipal (a la que llegúe por una mera cuestión de amistad y de volver a jugar con aquellos a los que di mi palabra de que volvería para jugar con ellos, y esos son compromisos que el baloncesto me ha enseñado que son sagrados)  y sigo asombrándome por su enorme pasión por jugar y su calidad ya pasada la cincuentena.
Pero en el Loyola me mostraron la puerta de salida cuando el equipo subió a categoría nacional. Bendita salida, porque una llamada salvadora me hizo caer en Cantabria, en donde compaginé un equipo senior plagado de grandes jugadores (Félix, Oca, Javi, Óscar, Jero, Oli pequeño, Alfredito…) con el Segunda. Con la extraña pero encantadora pareja formada por Joserra y Javi al mando, Oli mayor como delegado motivador (ahora vecino), y los Gonzalo, Chema, Cotelo, Pascu, el reencontrado Nico, Rubén, Alberto, Joaquín, Waldo, el asombroso Aragón (quizás el jugador con más talento con el que he jugado), viví algunos de mis mejores momentos (no sólo deportivos). Impagables esos viajes de vuelta tras jugar por el País Vasco y Navarra y las posteriores continuaciones nocturnas… que se mantuvieron con Manolo al frente. Mil historias me quedan de estos años. Mientras escribo estas líneas, me vienen a la cabeza algunas y no puedo aguantarme la risa tonta. En Cantabria entrené también a un grupo de chavales (Chufi, Carlos, los Ivanes, Jorge,….) tan guerreros como nobles.
En los años universitarios en Pamplona mantuve mi suerte, tanto en el equipo de la UNJavi del Carmen, Fortuño, Lorenzo, José Luis, Toni, Xavi (amigo del alma pese a la distancia), Josean,…-, como en Larraona. Siempre seré de Larraona. Por su espíritu de club tan familiar como bien estructurado. La familia Sobrino, los Marsellá, Guripa, Germán, Pipo, Alfredo, ese equipo que compartí con Carlos -con las Marías, Mireia, Maitane, Marta, Yasmina, Judit,…-, el mítico ‘machoman’ que casi acaba conmigo…
Y tocó regresar. Y llegaron los Tinos. Ese equipo con sede en Alberite y pasado jesuita. Con Quique -una de esas personas con las que, gracias a la vida, se ha ido cruzando mi camino en distintas etapas- como alma y Ángel de mano derecha en una idea de juego apoyada en la amistad competitiva como sistema básico. Fue un reencuentro con ese Loyola que dejé (Javi, los ya citados Espi, Waiki, Quique, Ángel, Pollo, Pipe,…) pero fueron muchos más Juan, Chile, Perico (siempre en el recuerdo, allá donde estés).
Hasta guardo con cariño los amagos de equipo que formamos en el Japecu y en Las Gaunas. Deportivamente desastrosos (vuelvo a sonreir sin querer hacer nada para evitarlo, recordando historias desternillantes con el Pato como eje central en la mayoría de ellas), pero muy aconsejables en lo personal de la mano de los Sergios, Banzo, Luis, Arnold
De Madrid me quedan las pachangas entre semana entre compañeros de distintos medios, con Alfonso, Emilio, Michael, Guille (otro riojano emigrado con el que el baloncesto te permite reencontrarte), Fernando, Mateo, Alpi,… que derivó en un equipo para la liga municipal con categoría y en alguna que otra pachanga en la mítica nevera del Ramiro de Maeztu.
Como entrenador, las experiencias que me han dejado el baloncesto no son menos buenas. A las ya comentadas en Lestonnac, Cantabria y en Larraona, hay que sumar mi paso por el Japecu y la posterior fusión con Las Gaunas. ¡Ah! Y aquel equipo veterano de la UR, formado en una tarde de llamadas y que resultó una gran experiencia gracias a María, Elisa, Marimar, Vanesa, Rosa, Bea
Japecu significa amigos, familia, retos culminados, satisfacción personal y colectiva. Seis amigos (los magníficos: Javi, Iván, Pedro, Rubén, Nacho y servidor) para llevar un club con resultados más que aceptables y formando a un gran grupo de jugadores y entrenadores. Los triunfos obtenidos (creo que incluso por encima de nuestras propias posibilidades) a base de trabajo, empatía, confianza absoluta, no hicieron más que confirmar el mérito de un espíritu de club admirable. Entre otras cosas, viví dos años de un junior-cadete, con mil historias personales acumuladas y algún venerable final deportivo. Las Elenas, María, Isa, Valva, Rebeca, Ana, Laura, Patricia, Vanesa,… y Rubén y Vanesa.
La fusión con Las Gaunas trajo un equipo campeón mezcla de estas y de aquellas, en un año difícil, muy largo, piedras por el camino y final feliz. A las que vinieron de la mano de Vane, Javi y de la mía, se sumaron Ana, Sara, Juncal, las Lauras, Ángela,… Muchos choques muy duros contra el amigo-rival. Demasiados. Cada partido, una cena.
Y, pese a todo, ahí seguimos, aguantándonos como podemos y como queremos. Como lo hacíamos hace tanto con esa selección infantil que nos confió Alberto y que tantas alegrías nos dio entre angustias, madrugones, comeduras de cabeza, viajes, robos, y entrenamientos con muuuuuuuchas jugadoras que sentíamos nuestras – Bea, Lourdes, Sara, Ana, Isabel, Nuria, Eva, Elena, María, Belén, Raquel, Paula, Cristina, Miriam,…-.
En la directiva de entonces coincidimos los japecus con históricos visionarios como Ángel (que insistió cuando nadie apostaba por ello en que el futuro del club pasaba por una fundación), el apagafuegos Víctor, los cabales Carlos y Baltasar (enorme la anécdota con este último y el tío Pedro)… Algo de este Promete queda de entonces.
Y no me quiero dejar a los árbitros, esos seres tan necesarios como criticados. Algunos de ellos han viajado por mi ruta como trencillas, entrenadores, compañeros, pupilos, e incluso como amigos. Fernando, Chema, David, el malogrado Santonja, Julio, Nemesio, Nacho, Germán, Jorge,… De todo hubo, de todo habrá.
Mis recuerdos, por unas cosas o por otras, también para otros grandes jugadores, entrenadores, directivos, como Alsasua, los Diegos de Nájera y Maristas,Pelos, Lucía, Richi (al que deseo una rápida recuperación, porque lo necesitamos como cabeza cuerda en un equipo de benditos tarados), Charly,Carlos, Domingo, Jesús, Naiara, Luis, Miguel, Antonio,… y todos aquellos que no aparece pero que también están.
Los malos momentos me los guardo para mí. Los ha habido: lesiones graves, horas de banquillo que entendía como injustas (aunque posiblemente no lo fueran…), dolorosas derrotas, pérdidas irreparables de amigos y compañeros, saturación, mosqueos pasajeros,… Pero todo ello queda aplastado por todo lo bueno que el baloncesto me ha dado.
Mis hijos serán lo que quieran ser y jugarán a aquello que quieran jugar. Ahí estaré yo para animarlos siempre. Pero ellos saben de mi pasión por el baloncesto y saben que mi vida ha girado y gira en torno a él. Doy gracias porque incluso forma parte de mi vida profesional. El baloncesto me ha dado valores, formación, amigos, familia y, que yo recuerde, ningún enemigo. No puedo desear nada mejor para ellos.

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El baloncesto visto desde el punto de vista del aficionado

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diciembre 2014
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