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Encadenado

Después de las vacaciones, comienza la pretemporada para todos. Así que perdonad si después de un tiempo sin darle a mi tecla bloguera he perdido la ágil pluma que jamás tuve, el verbo fácil del que siempre carecí o la habilidad con los epítetos que nunca me acompañó.
Eso sí, vuelvo con las pilas cargadas, con esa ilusión que siempre me invade cuando hablo de baloncesto y del comienzo de la nueva temporada. Y en estos primeros amaneceres de la campaña, los estímulos son numerosos: el Clavijo parece que ha hecho una plantilla interesante, el Promete ya no es un novato y va renovando el alma casera y fichando piezas importantes,… Y los míos, los que más me tocan, los que más me llegan.
Y antes de empezar toca Eurobasket. Y, además, la ÑBA volvió a Logroño en el tour de preparación. Reconozco que, después de cubrir el Mundial de España el año pasado, le he perdido cierta adoración a la selección y a los jugadores. Lo que no quiere decir que le reste el más mínimo mérito a lo conseguido por el bloque duro de este equipo durante la última década, la más excepcional de la historia del baloncesto patrio y una de las más brillantes en los libros del básket europeo. Estoy convencido de que se está cerrando una época única e irrepetible, aunque espero equivocarme… y que mis ojos lleguen a ver la siguiente. Ahora bien, estoy encantado de que La Roja regresara al Palacio y de que los aficionados riojanos pudieran disfrutar del mejor baloncesto. Y yo, un año después, volví a estar ahí.
Por lo demás, la parte de este deporte que creía haber dejado apartada cuando me marché a Madrid y que pensaba que si en algún momento la recuperaba iba a regresar poco a poco, en pequeñas dosis, me ha vuelto a poner la argolla en el pie y ya me parece que va a ser muy difícil de soltar.
Es lo que tiene el formar parte de un club familiar, de amigos, de esos que cuando te vas no lo dejas nunca y cuando vuelves no te deja (y no te dejan) que te olvides de él. Hace un año, casi por estas fechas, sin haber puesto un pie por estas santas tierras y cuando todavía quedaba mucho por cerrar (un Mundial de baloncesto, fundamentalmente) ya tenía equipo al que sumarme como entrenador. No han pasado doce meses y ya estoy buscando huecos y haciéndome trampas al solitario para sacar tiempo entre la familia, los amigos y el trabajo, para implicarme lo que pueda (no todo lo que me gustaría… no siempre se puede llegar a todo lo que se quiere); para no fallar a esa gente que confía en uno y que sabes que pondrían la mano en el fuego por ti aunque no lo merecieras; para recuperar sensaciones y engancharme a unas jugadoras a las que llegué tarde y que afrontan uno de los años más bonitos de los que van a poder vivir y disfrutar en el baloncesto; para seguir intentando que mis hijos interioricen estos valores de los que tanto presumo que tiene el baloncesto.
Todo, al fin y al cabo, son más y más razones para cumplir con lo que creo. Todo para no fallarme a mí mismo. Vamos, un castigo… Bendito castigo.

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El baloncesto visto desde el punto de vista del aficionado

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