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Patadón y tentetieso

Cuando Marta encontró a Elena

Marta se afanaba en darse los últimos retoques delante del espejo cuando el móvil le avisó de que tenía un mensaje. “Querida amiga, siempre te había dicho que Ricardo era un hijo de puta, aquí tienes la prueba. Firmado, Elena”. Y adjuntaba foto de Riqui, su Riqui, comiéndole los morros a una rubia de bote mientras le palpaba las nalgas a dos manos. “Menudo cabronazo”, profirió Marta mientras rompía a llorar con la amargura del vituperio. Mientras tanto, Elena, consciente de que aquel ‘sms’ le había hecho un roto a su amiga, se zafó del acompañante adosado aquella noche de feria y enfiló apresuradamente la avenida de Granada para llegar cuanto antes a casa de Marta. Tenía que consolarla, mostrarle su solidaridad, animarla… Pero también albergaba la esperanza de, aprovechando la debilidad, devolverle aquel beso en los morros que Marta le endiñó espontáneamente en la nochevieja de 2007. Marta no lo sabía, ni tan siquiera lo intuía, pero aquellos segundos mágicos marcaron a Elena, que quedó profundamente enamorada.

Cuatro timbrazos contundentes. Ring, ring, ring, ring. Marta, puro llanto, abrió la puerta del apartamento para abrazarse a Elena. “Nena, sé que no estás para sermones, pero te advertí muchas veces de que Ricardo era un picha brava, uno de esos machotes que alardea de tener novia oficial y después se cepilla a todo lo que se pone por delante“, comentó Elena al oído de Marta mientras la apretaba fuertemente contra sus senos.. “Ya, pero es que esta tarde, después de tomar un café en el Outside, el muy sinvergüenza me juró, rodilla en tierra, fidelidad y amor eterno”, terció Marta mirando fijamente a los ojos de Elena. “Pero esto no quedará así. Éste me la paga, vaya que si me la paga”, porfió Marta mientras Elena le animaba a que hiciera borrón y cuenta nueva. “Ha llegado la hora de que abras la mente y experimentes cosas nuevas”, espetó con la esperanza de que su colega adivinara sus verdaderas intenciones.

El día siguiente, cuando Marta calculó que Ricardo ya había dormido la mona, le mandó un correo electrónico. “Cariño, estoy un poco acatarrada. Prefiero quedarme en el sofá y mañana te juro que lo doy todo. Como supongo que tú sí bajarás a La Vestida, hablamos por el Messenger a las nueve. Te prometo una sorpresita para que te vayas calentito y no te olvides de mí. Enchufa la ‘cam’ y ponte cómodo”. A lo que respondió Ricardo: “Desde luego es que te tengo que querer. No te preocupes. No fallo seguro”.

Llegó la hora del encuentro. Ella, vestida de faralaes y tocada con peineta, se conectó minutos antes de las nueve. Él, repeinado y con la camisa de cuadros azules que le regaló Marta para celebrar su segundo aniversario como pareja formal, entró un poco después. “¡Uf, nene, ya estaba preocupada”. “Que no mujer, como se me iba a olvidar”. Se dijeron uno al otro. “¿Cuál es ese regalito que me tenías reservado?”, preguntó sin preámbulos Ricardo. “Veo que tienes pocas ganas de hablar; iré al grano. Limítate a ver y callar”, le contestó. Entonces Marta se levantó y poco a poco empezó a desembutirse el ceñido traje que estilizaba su figura. “Ya te comenté que iba a ser especial, Richi”, interrumpió Marta. Ricardo, hipnotizado, no tenía palabras. Marta siguió desnudándose. Primero un hombro. Después el otro. Por último la cremallera.

Marta enseñaba ya el sujetador negro de encaje cuando, de repente, un tercer invitado irrumpió en la escena. “¡Marta, que detrás de ti hay un tío con un pasamontañas!”, exclamó Ricardo estupefacto a través de los auriculares del Messenger. Ella ni se inmutó. Tampoco le dio ninguna explicación. El fulano se aproximó a Marta por la retaguardia mientras ésta, ajena a lo que sucedía a sus espaldas, seguía centrada en lo suyo. “¡Cuidado, cuidado, que va a por ti”, gritó Ricardo completamente fuera de sí. En ese instante el sujeto misterioso cogió a Marta por la cintura con mucha sutileza y ésta, sin mostrar ningún tipo de oposición, se volvió sensualmente hacia él, lo agarró del cuello y e soltó un morreo con alardes de lengua. “¡Pero qué estás haciendo!”, bramó Ricardo. “¡Qué coño estás haciendo!”, insistió histérico ante el absoluto mutismo de Marta, que continuó la faena desabrochando los pantalones del ‘atacante’. Ricardo, perplejo, descargó toda la tensión sacudiendo con rabia el monitor y sollozando como un chiquillo. Sabedora de que el golpe había sido devuelto, Marta suspendió el trabajito durante unos segundos. Se colocó delante de la ‘webcam’, en pelotas y perfectamente encuadrada para resaltar sus voluptuosos atributos. Y se dirigió a Ricardo: “Hijo de puta, donde las dan las toman”. Tras dedicarle un corte de mangas, apagó el ordenador.

Vendetta consumada. El encapuchado era Elena. Pero lo que jamás supo Marta era que la rubia de bote que abrió la caja de los truenos aquella amarga noche de San Lucas también fue Elena.

'El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo' (García Márquez)

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