Si en la prensa granadina diésemos galardones a la simpatía de los políticos, casi seguro que Nino García-Royo se llevaría el premio limón agrio -sigue leyendo Nino, que en realidad este artículo va a tu favor-. Los méritos son sobrados: plantones, un portavoz esquivo, desplantes… Pero a menudo, que quieren que les diga, prefiero la acidez del limón a que me den naranjas de la China; el aguijón de un escorpión en los oídos, a los prohombres sibilinos que se dedican a pellizquearte la zona testicular con disimulo. Nino sería sin lugar a dudas el Premio Limón, pero hay veces en las que se prefiere la impertinencia descarada a las naranjas con cáscara amarga. Tengo con Nino el síndrome de Estocolmo y, a pesar de todo, aprecio su dedicación y trabajo. Él también se aprecia a sí mismo los días en los que está encantado de conocerse, por eso se le erizan los pelos cuando ve que otros, con menos méritos, salen más que él en la foto; imágenes dóciles para los pusilánimes. Al menos, Nino riega con sus declaraciones cítricas esta actualidad tediosa que aburre hasta a las ovejas. Nino, que se atreve a meterle el dedo en el ojo a su compañero de partido para decirle que él no es lazarillo de nadie; que le planta cara a los promotores, que se le descuelga la mandíbula cuando se muerde la lengua. Hoy ha llegado a la rueda de prensa con la templanza de las grandes tardes de toros. Y así, sin que nadie se lo pidiera, se ha puesto a porta gayola para torear la polémica de los arquitectos. Más o menos ha venido a decir: “Cuando vienen a mi despacho todo está formidable. Luego entiendo que hagan notas de prensa en otro tono para contentar el equilibrio de fuerzas en la junta local”. Ahí ha estado, sin amilanarse, para decirle a los urdidores que las apuestas dobles las guarden para las quinielas. Porque después vendrán a su despacho a pedirle tinta china… mientras las naranjas dóciles maduran.