Plumillas y fotógrafos hacíamos guardia en la puerta del juzgado. A la entrada, Joaquín (‘el Gancha’, como lo llaman los policías veteranos) se nos había escapado por los pelos. Los de Canal Sur, por lo menos, lo habían visto. “Un tío con gorrilla de campesino”, advirtieron. El señor Joaquín había sido detenido por meterle un par de mojadas en la tripa a un tal Adelkebir. El marroquí dice que él acudió a salvar a una muchacha que discutía con Joaquín. Joaquín dice que el moro le puso la mano encima a su hija. Estaban en un bar y se habían metido entre pecho y espalda un par de botellas de güisqui, que al parecer a Joaquín le gusta mezclar con 7up o Sprite, según la disponibilidad del establecimiento en cuestión. Se ve que con las bebidas espirituosas cambia la percepción de las cosas, según el que las vea y las cuente. ¿O lo que cambia el punto de vista es tener en las manos una navaja o las tripas que se te salen del cuerpo? Vaya usted a saber. Cada uno cuenta su película, y que cada cual crea a quien quiera.
El caso es que ahí estábamos los plumillas y los fotógrafos esperando ver salir a un tío esposado y custodiado por la Policía camino de la cárcel. En esas guardias se habla un poco de todo. De batallitas, del gachón al que se espera, de una máquina peladora de habas o de la vecina del quinto, que no sabe en qué se diferencia un pene de una silla y así le va, que se sienta en cualquier lado. En estas que se abrió la puerta, salió un señor tan tranquilo, se sentó en el escalón cara a cara de nosotros y se enchufó un cigarro, como si tal cosa. Lo delataron dos detalles: la gorilla de campesino y un papel que se le cayó al suelo el que se leía su nombre: Joaquín.
Lo que sigue es el pan nuestro de cada día para los que alquilamos la pluma o el ojo de retratar: fotos tiradas con disimulo desde la barriga, sin echarse la cámara a la jeta, familiares mosqueados por las ráfagas, ‘ que te rompo la cámara si le echas más fotos a mi papa’ y ‘yo no estoy haciendo fotos’ pero sin levantar el dedo del disparador. Pero, sobre todo, caras de incredulidad entre la concurrencia, porque ahí estaba el señor Joaquín, tan pancho, camino de su casa. Lo acompañaba un joven (su hijo) y una joven, que dicen que es su hija. La misma con la que supuestamente discutía cuando se metió el tal señor Adelkebir a poner paz. O a la que el marroquí le puso la mano encima. Vaya usted a saber. El caso que ahí estaba el señor Joaquín. En la puta calle. Dicen que todos los días se aprende algo nuevo. Lo que no tengo todavia muy claro es qué he aprendido yo de todo ésto. Aparte de la diferencia entre un pene y una silla o las ventajas de la máquina peladora de habas.