Alberto Magalhaes anda por ahí fugado. Hace ya año y medio que lo están buscando. Apenas tiene 24 años y desde que cumplió los 18 hasta los 22 acumuló 24 detenciones. Ha tocado todos los palos de la delincuencia desde que el 1 de noviembre de 2000 estuviese implicado en la muerte de Jaime Ordóñez, al que, entre cuatro, cosieron a puñaladas. Alberto era el más pequeño de la cuadrilla. Tenía 14 años. Esa noche, según dijeron los testigos en el juicio, llevaba una navaja. Sus compinches la vieron cuando, poco antes del crimen, la usó para abrir una bolsita con cocaína. Antes de matar, se metieron unas rayas.
Antonio García Requena iba con Alberto la noche que mataron a Jaime Ordóñez. Era ya mayor de edad. Nada de Justicia para menores. Le echaron veinte años. Asesinato, según dijo el tribunal del jurado. Ya ha cumplido nueve años. Aún le quedan once por delante. A los 29 ha empezado a estudiar derecho. Con buenas notas. Se ha hecho respetar por los presos y por los funcionarios: es el presidente de la asamblea de internos del módulo 7 de la prisión provincial de Jaén, un módulo de respeto. Se está ‘especializando’ en derecho penitenciario. Buena parte de los recursos que le presentan los internos de su módulo al juez de vigilancia penitenciaria los hace Antonio. Hace años que no se droga.
Lo de Alberto es una vergüenza para la Justicia. Tras la muerte de Jaime Ordóñez fue condenado a dos años en centros de menores, que cumplió en Sevilla. Luego quedó libre. Apenas cumplió los 18 inició una vertiginosa carrera delictiva hasta su arresto 24, en marzo de 2008, cuando fue arrestado y puesto en libertad una vez más. Ahí se pierde su pista. Aún debe estar descojonándose. Desde entonces dos jueces se han quedado ya esperándolo para juzgarlo. Y los que vengan. No se espera que se presente voluntario a que lo enchironen. Mientras, Antonio paga lo suyo. Día a día. Año a año. Entre rejas. Son la cara y la cruz de la Justicia. La demostración de que la Justicia no funciona algunas veces y, al mismo tiempo, la prueba de que sí funciona. Por lo menos algunas veces.
Quiero pensar que los familiares de Jaime Ordóñez, si saben de la trayectoria de Antonio, se sentirán reconfortados de que las penas se cumplen y los delincuentes pagan con su libertad, al tiempo que se les da la oportunidad de ser hombres nuevos. Pobre consuelo, cierto. Pero algo es algo. Porque cuando conozcan las andanzas de Alberto sentirán una brasa en las entrañas.