“Con la voz apagada de don José, el cura, que era un gran santo, le llegó la sonrisa presentida del Tiñoso desde lo hondo de su caja blanca y barnizada.
-Kirie, eleison. Crhistie, eleison. Kirie, eleison. Pater noster qui es in coelis…
Al concluir don José, bajaron la caja a la tumba y echaron mucha tierra encima. Después la gente fue saliendo lentamente del camposanto. Anochecía y la lluvia se intensificaba. Se oía el arrastrar de los zuecos de la gente que regresaba al pueblo. Cuando Daniel, el Mochuelo, se vio solo, se aproximó a la tumba y luego de persignarse dijo:
-Tiñoso, tenías razón, las perdices al volar hacen ‘Prrrr’ y no ‘Brrrr’.
Ya se alejaba cuando una nueva idea le impulsó a regresar sobre sus pasos. Volvió a persignarse y dijo:
-Y perdona lo del tordo.
La Uca-Uca le esperaba a la puerta del cementerio. Le cogió de la mano sin decirle una palabra. Daniel, el Mochuelo, notó que le ganaba de nuevo un amplio e inmoderado deseo de sollozar. Se contuvo, empero, porque diez pasos delante avanzaba el Moñigo, y de cuando en cuando volvía la cabeza para indagar si él lloraba”.
Miguel Delibes
El Camino