En 2006, mucho antes de Gurtell y justo después de regresar el juez de Nueva York, en la inaguración de los primeros cursos universitarios de verano de Torres, escribí un reportaje sobre cómo veían a Garzón sus paisanos de Torres, cómo lo recordaban de niño, qué dicen de él sus familiares en el terruño. Creo que no quedó mal del todo. Me he acordado de él hoy. Ahí lo dejo, junto a un vídeo de la manifestación de apoyo del sábado 15 de mayo, menos de 24 horas después de conocerse su suspensión cautelar, en su pueblo natal:
SENTADO en la mesa de conferencias o rodeado de micrófonos y cámaras mantiene la cara y la voz grave, reflexiva y severa que se le supone al magistrado-juez Baltasar Garzón Real, azote de los narcos, de los terroristas, de los dictadores desahuciados y de cualquiera que se salte la ley y quede al alcance del juzgado central número cinco de la Audiencia Nacional. Apenas pone pie a tierra y ya es el tío Baltasar, el compañero de juegos de la niñez o el colega de tapeos en veladas interminables. El juez Garzón vuelve a su Torres natal como estrella del curso “Derecho Internacional y conflictos armados” que ha organizado él mismo junto a la Universidad de Jaén y el Ayuntamiento torreño.
Es habitual ver a Baltasar Garzón en Torres. «Siempre que puede se escapa. Anda con todo el mundo. Aquí lo conoce hasta el niño de la bola, es muy popular», dicen los municipales del pueblo. Su hermana Esther revela otro detalle del Garzón sin toga que tiene en Torres su lugar de descanso: «Es muy niñero. Cuando nos juntamos es él quien se encarga de organizar a los pequeños e inventarse juegos. Y los tiene ocupados».
Mireya e Isabel se sientan entre los asistentes al curso. Las dos son de Torres y universitarias. Para ellas el severo e implacable juez Garzón es, simplemente, el tito Baltasar. «Y estamos muy orgullosas de él», replican al unísono. Durante todo el año lo ven en la tele. «Mira el tito», suelen decir. Van siguiendo los casos en los que se involucra, siempre apoyándolo. Y en los veranos, cuando el tito viene al pueblo, ejerce como tal. «Nos aconseja, nos resuelve dudas sobre estudios y sobre muchas cosas». Ellas van para trabajadora social y para enfermera, pero otra prima quiere hacer carrera en la judicatura. «Él la orienta, le recuerda que debe prestar atención a los idiomas y todas esas cosas», aclaran. Está claro que confían en él. «Él sabe», asienten antes de sumergirse en las procelosas aguas de la Corte Penal Internacional que juzga los crímenes de guerra en Bosnia y en el principio de la Justicia Penal Universal aplicada al caso español.
Juegos de niños
En el auditorio hay quien peina canas o ya casi no peina nada. Son de la quinta del juez, año arriba o año abajo. El tiempo tampoco perdona a su amigo Baltasar. El famoso mechón blanco sigue en su sitio, pero ya sitiado por completo por canas. La mirada penetrante es la misma que cuando jugaban de niños en Torres. «Era muy malo de chico. Se juntaban él y Juan Ortega y liaban unas buenas», dicen los que corrieron con él en pantalones cortos.
Francisco Cejudo hizo estragos con el niño Baltasar. Con otros chavales se embarcaban en juegos tan didácticos como «ir a panza» -asaltar un huerto y hartarse de fruta ajena- o pasar el campanario (caminar por un bordillo muy estrecho en la torre de iglesia, donde se probaba el valor infantil). «Ya entonces era muy inquieto, muy inteligente. Destacaba en todo», recuerda Francisco.
Tanto destacaba que a veces era todo un pillastre. Francisco recuerda una vez jugando a la pita, cuando lo pillaron echando la vara para atrás, para que la medida saliese justo lo que él había calculado. «Y se lío una buena trifulca», ríe. Sin embargo la admiración por el Garzón de la toga es evidente entre sus vecinos y antiguos compañeros de juegos. «Nadie ha hecho un servicio tan grande a España como ha hecho él con lo de la droga y el terrorismo», sentencian. El alcalde, Manuel Molina, presentó ayer a Baltasar Garzón como «querido hijo predilecto» de Torres.
Disfrutar del pueblo
En realidad Garzón nunca se fue del todo de Torres. «Venía todos los veranos, incluso cuando empezó de juez en Villacarrillo», dicen los vecinos. Se fueron sucediendo los destinos y los éxitos en su carrera judicial, pero cada poco Baltasar volvía a su pueblo, como siempre. Las tapas de los bares torreños siguen siendo su debilidad. «Tiene buena boca», dicen los que han alternado con él. «Me acuerdo una vez que me llamó a las tres de la madrugada. “Te estamos esperando”, me dijo. Estuvimos hasta las tantas recordando historias de cuando éramos pequeños», se entusiasma Francisco.
Sólo durante este último año en Nueva York esas visitas se habían interrumpido. «Llevaba muchos meses sin aparecer hasta la semana pasada, que murió su tío Gabriel y vino al entierro», apuntan los vecinos. Pero ni siquiera en Nueva York Garzón olvidaba a su pueblo. El curso que se celebra estos días se gestó cuando el juez estaba al otro lado del charco, «en conexión directa Torres, Jaén. Garzón hace patria y quiere que la gente sepa que «entre Mancha Real, Úbeda y Baeza hay un pueblo que se llama Torres. Que no es Torres de Albanchez ni de otras provincias. Que es Torres a secas». Y se siente como en casa, alternando cursos y familia. «Venir a Torres es venir a mi pueblo. Como siempre pero con más público», dijo. Y todos lo aplaudieron al juez. Sólo que algunos lo hacían sonriendo a su tito favorito, o guiñando el ojo a aquel pillo con el que corrieron de niños.