Julio Romero Amador (Jaén, 1966) lleva más de media vida entre rejas y nunca ha sido un preso común. Ni siquiera ahora, cuando permanece ingresado como preventivo en la cárcel de Jaén II acusado de intentar violar a una mujer «para cobrarse en carne una deuda», en palabras de un policía. Romero Amador, una leyenda de las cárceles españolas en los años 80 y 90, está en un módulo de aislamiento a la espera de su traslado a Córdoba. «Protegido para salvaguardar su integridad física», dicen desde la prisión. En un módulo normal no duraría ni un día. La mujer supuestamente ultrajada es del clan de los Mallarines, una familia con un largo historial de muerte y delitos, con varios miembros cumpliendo condena. Gente que acostumbra a cobrarse con sangre las ofensas. Viejas leyes, más antiguas que el Código Penal. Las mismas que rigen la vida de Julio. No en vano, en 1991 dirigió un motín en El Puerto de Santa María y le cortó la cabeza a otro preso, un enemigo menos. Un hecho que precipitó la reforma del sistema penitenciario español para crear el Fichero de Internos de Especial Seguimiento. Los FIES. Los escogidos entre los más peligrosos de las cárceles. Por eso Julio Romero Amador, “el Amador”, fue uno de los 30 primeros FIES, si no el primero.
Bajo, pero de aspecto fornido, con una vida de cárcel y droga marcada en la cara, los ojos de Julio pocas veces delatan lo que piensa. «Puede parecer frío. No reacciona ante cosas con las que otros saltarían. Pero es cobarde. Miente constantemente. No asume sus actos, siempre tiene una excusa, siempre hay algo que lo obligó a hacer lo que hizo, por muy terrible que sea. Es paradójico, pero tiene miedo de volver a la cárcel», cuenta una persona que lo ha tratado de cerca.
Y sin embargo Julio ha vivido en las cárceles desde los años 80. Entró en ese círculo de trapicheo y atracos después de que su familia tuviera que huir de Mancha Real (Jaén) por un levantamiento popular a raíz de un crimen en el que se vio implicado un pariente. Robos al estilo de los ochenta y “el Vaquilla”: entrada a mano armada en un establecimiento y fuga en un coche robado. Le constan antecedentes desde 1983 por cuatro robos y uso de vehículo a motor. En 1987 estaba en la cárcel de Daroca (Aragón). Allí conoció a Miguel Anguita Martínez, otro atracador. Anguita era en Daroca lo que en jerga carcelaria se conoce como el “kíe”. El baranda, el que manda, el que nunca se achanta, el que te raja por mirarlo mal apenas le des la espalda. Romero Amador ya tenía por entonces en su historial carcelario menciones por mala conducta y agresiones. Se hicieron íntimos. Y montaron un motín.
Por aquella revuelta Julio añadió a su currículo una nueva condena por sedición. Y le valió un traslado a El Puerto 1, la cárcel de máxima seguridad donde el sistema penitenciario concentraba a lo mejor de lo mejor de las prisiones. Cuatro años después, Miguel Anguita Martínez se reunió con él. Allí “el Amador” tenía ya un nombre, junto a otros tipos duros como Pérez Barrot o Juan Antonio Redondo. Ellos eran ahora los “kíes”. Al principio Anguita y Julio fueron inseparables. Luego se distanciaron, nadie sabe por qué. Un día de verano (el de 1991 fue de temperaturas extremas) alguien escuchó a Romero Amador decirle a Anguita que le iba a cortar la cabeza. Era una sentencia.
Ocho puñaladas
El domingo 9 de agosto, a las tres de la tarde (día y hora de visitas), estalló el motín. Varios internos le pusieron un pincho en el cuello a un funcionario, lo tomaron como rehén, se hicieron con el control de un módulo y exigieron a las autoridades mejoras en las condiciones de vida. Redondo, Pérez Barrot y Amador estaban en otra guerra. La guerra de los “kíes”. Durante varias horas atacaron con hierros y palancas la puerta de la celda donde se encerró Miguel Anguita. «Tranquilo, colega, que te vamos a sacar para que te unas a la fiesta», le decían.
Lograron forzar la puerta. Amador llevaba en la mano un cuchillo que había desaparecido de las cocinas varias semanas antes y que los funcionarios buscaron en vano por todo el penal. Con ese arma y con pinchos artesanales le dieron a Anguita ocho puñaladas. Después Julio Romero Amador usó el cuchillo para cortar la cabeza a su antiguo amigo.
Horas después comenzó la negociación con Instituciones Penitenciarias. Compareció en el parlamento Romero Amador, con el cuchillo en una mano y el cubo de la fregona en la otra. Del cubo sacó la cabeza de Miguel Anguita. «Esto va en serio», retó. En apenas un año se produjeron en España más de cien motines y agresiones a funcionarios en las cárceles. La rebelión de El Puerto 1 obligó a clasificar a los presos más problemáticos en el Fichero de Internos de Especial Seguimiento.
Uno de los negociadores de Instituciones Penitenciarias en aquel motín fue Juan Antonio Marín Ríos, otra leyenda de las cárceles españolas, aunque por motivos bien distintos. Casualidades de la vida, dos décadas después de aquello -desde septiembre de 2011- es director del penal de Jaén donde esta semana ha tenido como huésped a Romero Amador. «Julito…», se sonreía hace meses en una charla informal con periodistas al oír ese nombre.
El antiguo “kíe” permanece hasta su traslado a Córdoba amparado por el artículo 75.2 del Reglamento de Instituciones Penitenciarias. En régimen de aislamiento. “El Amador” pasa 21 horas al día en su celda. Solo. Pese a que el penal jienense no dispone precisamente de mucho espacio libre, no comparte habitación. Sale al patio tres horas al día. Siempre vigilado. Siempre con mil ojos sobre él. Por lo que pueda hacer. Por lo que puedan hacerle.
«Julio ya no es el que era. Ya pagó por aquello que hizo y salió libre. Ahora está con las drogas muy mal», resumían en la puerta de los juzgados de Jaén su madre y su mujer, Cati, en enero de 2010. Romero Amador acababa esos días de volver a la rueda de calabozos, juzgados y rejas. Esa vez acusado de tentativa de homicidio en Andújar (Jaén). Un asunto con estupefacientes y pistolas de por medio en el que se llevó un tiro en la mano. Junto a él estuvo implicado su sobrino Samuel, otro ilustre, ahora con 26 años, pero que a los 16 fue condenado por el asesinato de un joven: recibió 33 puñaladas de varios chavales hartos de cocaína. De la acusación de tentativa de homicidio, Julio y su sobrino salieron absueltos en septiembre de 2011, poco antes de la llegada de Marín Ríos a Jaén II. Su abogado en aquel lance, Luis Carlos Pérez, empleó ante el tribunal que los juzgó un argumento demoledor: «Con los antecedentes que tienen, si entran con una pistola y un cuchillo a una casa a cargarse a alguien, a estas horas estaría muerto con toda seguridad».
«No se le quita ojo»
Por más que su familia insista en que ya cumplió por el motín de El Puerto 1, aquel crimen lo acompañará ya el resto de sus días. «No se le puede quitar el ojo de encima, pero está tranquilo», explican los funcionarios encargados de su custodia. «Aquello pasó hace veinte años». Pero por si acaso se mantienen en alerta.
Romero Amador ha tenido problemas con la ley toda su vida. Atrás quedaron los atracos de los años 80 y los delitos cometidos en prisión en los 90: asesinato, secuestro, atentado, sedición, desórdenes públicos, tenencia ilícita de armas, quebrantamiento de condena, tentativa de homicidio y desacato. Desde que salió a la calle en 2008 ha tenido causas abiertas por conducir sin carné, atentado, apropiación indebida de una moto, malos tratos… Hasta que hace días entró en una casa dispuesto a “cobrarse en carne” una deuda. Para acabar otra vez entre rejas, vigilado por funcionarios, siempre atento a lo que se mueve a su espalda en el patio. Porque Julio Romero Amador nunca fue un preso común. Siempre puede perder la cabeza.
Este reportaje se publicó el domingo pasado en los regionales de Vocento, en el suplemento V que dirige José Guerreno.