Bajo el sol implacable del mediodía, el tipo sudaba la gota gorda, pateando plaza arriba, plaza abajo, desafiando a los jubilados que reían a su costa con un vozarrón de trueno, con la voz del Altísimo en la garganta, con la cólera de los Justos en los labios. Por eso me llamó la atención que cuando se quitó el megáfono de la boca le saliese apenas un hilo de voz muy dulce, como de otra persona distinta. “Hable usted con mi pastor”, me dijo. El pastor Julio César Encarnación, de la Iglesia Cristiana Pentocostés de España, estaba a la sombra. “Jesús mandó a sus discípulos a predicar de dos en dos”, me explicó antes de echarme el sermón. “No conozco a la nadie que se haya metido en su ataúd el coche, la casa o la piscina”, me despidió. El del megáfono seguía por ahí hablando del diluvio, de los tiempos procelosos que corren. Los jubilados seguían riendo a la sombra. Me llamó la atención la historia. Ahí os dejo el vídeo