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Victoria pese a los desertores

Magnífico el ambiente en torno a la batalla de las Navas de Tolosa del que se ha podido disfrutar este fin de semana. La mayor recreación que se ha hecho nunca en España de un hecho de armas del Medievo, dicen algunos de los participantes consultados. Se ha podido vivir la Historia estos días en las Navas. Se ha respirado el olor de un campamento mediaval, sus sonidos. Se ha podido compartir vino y comida con veteranos de armas que contaban viejos lances y que esperaban ansiosos al alba para despertar sus aceros otra vez. Se han escuchado otra vez en el desfiladero los gritos de ‘Allauh Akbar’, Alá es el más grande, y los Santiagos, San Jorge y otros vítores de la tropa cristiana. Se ha sentido la tensión previa a la batalla, el estuendo de las armas al chocar, el retumbar del suelo cuando carga la caballería, el lamento de los heridos, los cantos de los vencedores … La Historia. Aunque la conmemoración deja una lección: de la Historia no se aprende, y caemos en los errores una y otra vez.
Hay una historia sobre las Navas que viene al pelo. Cuando los reyes cristianos deciden enfrentarse al Miramamolín de frente y por derecho, una parte de las tropas cristianas volvió grupas. No por miedo, que en otras peores se habían visto. Por codicia. Habían ido a la Cruzada por el botín. No querían una batalla a campo abierto. Querían entrar a saco en Al Aldalus y llevarse cuantas más riquezas mejor. Profesionales de la guerra, a quienes la Historia, la gloria de los reyes y el honor se la traían al pairo. Lo suyo era una empresa, un negocio por cuenta propia.
Pues de la recreación de las Navas también hay quien ha desertado. Profesionales de lo suyo. Invierten dinerales en una Ruta de los Castillos y las Batallas, se gastan los cuartos en carísimas promociones en Londres si hace falta, pero no están cuando más se les necesita y cuando más rentabilidad pueden lograr sin salir de Jaén. Y no aprenden de la Historia, porque les pasó lo mismo cuando el Bicentenario de la batalla de Bailén. Excusas, todas las del mundo. La realidad es que no han querido pelear para que luzca un alcalde de otro signo político. Así que lanzan una cortina de humo para justificarse (son expertos, llámenlo congresos internacionales de andar por casa, otras veces son concursos de ideas cuando la ocasión lo requiere) y escurren el bulto. Ya habrá otra donde tengan su foto. Pero no van a pelear para no obtener el botín y compartir la gloria.

Ojo, que tampoco han estado muy listos en Madrid: ni el Ministerio de Defensa ha hecho ningún esfuerzo para conmemorar uno de los hechos de armas más trascendentes de nuestra Historia. Con la deserción de los políticos (sólo el alcalde de La Carolina, Francisco Gallarín, se ha mojado de verdad) han sido ciudadanos de a pie quienes han puesto las cosas en su sitio: 350 apasionados de la Historia que han llegado desde todas los rincones de España con sus armaduras, sus espadas, sus caballos y sus ilusiones.
La explicación a tanto reparo político puede estar en algo muy comentado entre recreacionistas y visitantes, como es el diseño del contenido del Museo de las Navas de Tolosa de Santa Elena. No sólo porque se considere más o menos flojo, que lo es, sino por el vídeo que se exhibe como colofón de la visita, una oda a la alianza de civilizaciones, al buen rollito (se inauguró en 2009, en pleno Zapaterismo) y a lo políticamente correcto, como si hubiera que pedir perdón por  un museo levantado para conmemorar una batalla que contribuyó a hacernos lo que somos hoy. La Historia es la que es, no la que a uno le interesa (y cito de memoria ‘El lector de Julio Verne’, de Almudena Grandes).
Lo mejor de los actos que culminan el lunes 16 de julio, justo el día del Octavo Centenario de la Batalla, es que han sido un éxito. Podrían haber sido un éxito mayor aún. Cierto. Si todos hubieran arrimado el hombro, claro. Pero creo que el objetivo está cumplido. Le pese a quien le pese. Y pese a las deserciones de los profesionales de lo suyo.

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