A las autoridades competentes les gusta mucho recordarnos que Jaén es una de las provincias más seguras de España. Que aquí sufrimos delitos famélicos, que deben ser esos delitos enclenques, paliduchos, amarillentos, de los que le dan a uno más ganas de reírse que de lamentarse, como cuando un tío se cae de culo en la calle y la gente se descojona en vez de ayudarle. Delituchos de nada. Qué gracia. Y en estas que llegan los atracadores de bancos y nos dejan en bragas. Cinco atracos en 22 días. Ahí es nada. Atracar está de moda: con navaja, con pistola, con pasamontañas, con gorra y braga de motorista, en solitario o en parejas.

La verdad es que la cosa tiene su lógica. Entra uno a una empresa a robar y puede perder hasta el empleo de atracador, de tanto ERE como hay por ahí pululando. En Jaén levanta uno una piedra y sale un ERE. Las empresas los tienen guardados en su caja fuerte, esperando a ver cuándo los sueltan y dan más por culo. Así que los ladrones de empresas están ya hartos de forzar las cajas fuertes y encontrarlas llenas de telarañas, letras sin pagar, calendarios del Fantasía y ERES porculeros, que es lo que hoy en día se guarda en las cajas de caudales. ¿Dónde se puede ir a por dinero? Pues al banco. A ver. De perogrullo.

Cuando robaban las naves de Los Olivares a butronazo limpio, las autoridades competentes les decían a los empresarios que espabilasen, que se gastasen los cuartos en seguridad, que pusieran buenas alarmas, que no les podían poner un policía en cada esquina. ¿Qué les van a decir ahora a los de los bancos? Lo que les ocurre a los de los bancos es que no les dan lástima a nadie. Si acaso se compadece uno del pobre cajero con una pistola en las sienes, del esforzado interventor maniatado en el cuarto de baño. Pero el banco no da ninguna pena. Por más que los atraquen.