Hay expresiones que sólo escucharlas me producen una carcajada. Y no hablo de chistes, sino de esas construcciones lingüísticas inventadas por tecnócratas y políticos listillos (de esos hay un montón) que nos quieren hacer ver un mundo maravilloso. Una de ellas es ‘conciliación’, una palabra que, de suyo, denota cosas positivas, pero que se ha convertido en uno de los grandes camelos de esa realidad idíllica que nos quieren inculcar los señores de la cosa pública.

Teóricamente conciliar significa que el desarrollo profesional y familiar son compatibles. Tururú. ‘Tres de cada cuatro familias jienenses concilian gracias a familiares. Éste es el titular de la noticia de apertura del periódico en su edición de hoy, 16 de septiembre de 2008. Es decir, que la ‘conciliación’ de las narices sólo es posible si ‘conciliamos’ con los abuelos, que son los únicos capaces de ‘conciliar’ nuestra ‘conciliación’.

Todo esto es una patraña. Lo jodido es que muchos no tienen la percepción de que sea una gran mentira porque no experimentan el problema, porque tienen alguien próximo que les saque las castañas de fuego. Pero ¿qué pasa con los que no tienen ningún allegado que les auxilie? Pues esos sólo tienen dos opciones: joderse (generalmente la mujer) o rascarse el bolsillo para buscar un tercero que les cubra las espaldas. Las dos opciones son igual de puñeteras.

En este país estamos acostumbrados a empezar la casa por el tejado. Y luego pasa lo que pasa. Yo les pediría a las cabezas pensantes, ésas a las que les pagamos por hacernos la vida un poco más fácil, que dejen de vendernos motos y que se pongan manos a la obra para que el mercado laboral de Jaén deje de ser el más precario de España (así lo demuestran las tasas de temporalidad), para que los currantes de la tierra perciban un salario digno (es el segundo más bajo de todo el país), para que las mujeres de la provincia no cobren un 40 por ciento menos que los hombres, para que las jornadas laborales no se eternicen para suplir, teóricamente, la falta de productividad…