Ya está. Papá Estado ha salido al socorro de la banca española para insuflar confianza en el sistema financiero y que todos estemos tranquilos respecto al destino de nuestros euros. Y es que las cosas se estaban poniendo un pelín complicadas. No sé si lo habrán observado ustedes en los últimos días, pero las colas en las sucursales bancarias de Jaén evidenciaban que algo raro estaba pasado. Huelga comentar que la gente no se estaba ‘dando hostias’ precisamente para ingresar dinero. Tampoco sería exacto decir que los impositores estaban arramblando con todo lo que tenían en la cuenta corriente, pero la mayoría sí que pedía explicaciones sobre lo que estaba pasando. Los banqueros, que no son precisamente hermanitas de la caridad, han vivido 48 horas de aunténtico acojonamiento (hablemos claro) ante la posibilidad de que el temor se convirtiera en pánico y que, acto seguido, el pánico se transformara en psicosis. Si los jienenses hubieran decidido llevarse lo suyo, entonces más de un banco hubiera tenido un problemón.

Pero la sangre no ha llegado el río. El Gobierno ha asegurado hasta 100.000 euros por entidad y cliente con cargo al fondo de garantía (quien tenga 100.000 euros que levante la mano) y, por si todo esto fuera poco, también se inyectarán otros 30.000 millones de euros para la adquisición de activos no tóxicos que aporten liquidez y de esta forma reanudar la cadena del crédito. Es decir, que en última instancia estos 30.000 millones de euros (sacados de la hucha común) deben servir para prestar dinero a las familias y al tejido productivo.

De acuerto, todo perfecto. Ahora bien, que el Banco de España, el ministro Solbes o quien sea vigile que hasta el último céntimo de esos 30.000 millones, aportados por todos los españoles, sirvan para que los ciudadanos y las sociedades mercantiles ganen en solvencia y reactiven la economía. O sea, que ni un solo céntimo de esos 30.000 millones repercutan en la mejora de la cuenta de resultados de unas empresas, los bancos, que han obtenido extraordinarios réditos en la última década rozando, en ocasiones, la usura.