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Algo ha fallado. Miles de extranjeros deambulan por los pueblos y ciudades de la provincia en busca de un trabajo que no les llega. Pasan todo el día a la intemperie y muchos de ellos también duermen al raso porque ya han consumido el ‘bonus’ de pernoctas en los albergues. Esperan y esperan embutidos en gorros y chaquetones (los que los tienen) a que venga ese empresario que les contrate para recoger la aceituna. Pero desgraciadamente para ellos la recesión los ha situado en el último lugar de la cola, por detrás de todos los autóctonos. Sólo algunos de ellos, los menos, consiguen enrolarse en las cuadrillas, formadas esta campaña por parados del ‘ladrillo’ y la hostelería que han vuelto a sus orígenes ante las malas perspectivas laborales presentes y futuras.
No es la primera vez que sucede esto. Es más, ocurre siempre que las cosechas vienen cortas y no se precisa tanta mano de obra para tareas de recolección. Lo que ha cambiado esta vez son las causas que han originado el fenómeno: el desempleo generalizado en todos los sectores productivos. La agricultura se ha convertido en un sumidero temporal de todos los damnificados de la crisis, que durante tres meses contarán con una fuente de ingresos que aliviará, en parte, la maltrecha economía de muchos hogares.
Jaén dispone de una amplia red de centros para atender las necesidades básicas de todos estos seres humanos. Las administraciones hacen un importante esfuerzo presupuestario para proporcionar techo y comida a estas personas, pero quizá ha llegado el momento de apretar un poco más el acelerador. Dentro de un par de semanas la mayor parte de estos inmigrantes volverán a sus lugares de residencia tras comprobar que aquí no hay hueco para ellos. Mientras esto sucede, el objetivo debe ser evitarles penalidades.