Empieza el atracón. La Navidad es sinónimo de paz, felicidad y amor, pero también de comilonas, copetines y banquetes con más o menos postín. Con los compañeros del colegio, con amigos los de la infancia, con la gente del trabajo, con la peña de fútbol, con los vecinos de arriba y abajo… aquí de lo que se trata es de tragar, tragar y tragar. Dicen los estudios que durante estas fiestas engordaremos por término medio unos tres kilos. Según la Organización Mundial de la Salud, que de estas cosas sabe un “puñao”, un varón adulto debe ingerir al día entre 2.000 y 2.500 calorías, una cantidad que baja levemente en el caso de las mujeres, entre 1.500 y 2.000. Pues bien, los nutricionistas estiman que sólo con los cenorrios de Nochebuena y Nochevieja nos meteremos entre pecho y espalda el equivalente a lo que se debería tomar a lo largo de una semana. Y claro, a ver quién es el guapo que se resiste a los marisquitos, el cordero relleno y los surtido de ibéricos de la suegra.
Ahora está por ver en qué manera afectará la crisis a todo esto. Lo lógico sería que los excesos se dejaran aparte en tiempos de escasez. Por lo pronto los hosteleros ya han adelantado que la ocupación será inferior a la de 2007. Es más, aseguran que a estas alturas de la película todavía hay sitio de sobra para las reservas “last minute”, ésas que se hacen deprisa y corriendo. Un dato, tres de cada diez empresas evitarán la comida con sus empleados para restringir gastos. Así están las cosas.
Lo cierto es que el discurso de la opulencia choca frontalmente con las necesidades de muchos de los que están a nuestro alrededor. Se estima que en la provincia hay cerca de 10.000 familias en la que todos sus miembros están en paro, una situación demasiado complicada que obliga a estos hogares a medir muy bien hasta el último céntimo que gastan. Esta sociedad de mierda es así de cruel: unos que se pasan y otros que no llegan.
En fin. Brindemos por un futuro mejor en el que, ante todo, no falte la salud.