Pocos mercados agrarios son tan volátiles como el del aceite de oliva. No hace falta calentarse mucho la cabeza para encontrar ejemplos de ello. En el último año, sin ir más lejos, los precios han caído 0,80 euros sin haber desequilibrios aparentes entre la oferta y la demanda. Lo mismo sucedió en 2005, cuando se cerraron operaciones en origen por encima de los 5 euros sin que tampoco hubiera una escasez objetiva de género. El problema es que siempre hay alguien que sale perdiendo. Ahora son los agricultores los que están palmando euros; antes fueron los consumidores.

Les digo todo esto porque el aforo de cosecha, una de las pocas herramientas que servía de guía para orientar a compradores y vendedores, también ha dejado de ser una referencia. Ya no sirve. ¡Pero cuántas veces se ha jactado la Junta de Andalucía de que sus previsiones de recolección nunca han fallado por encima o por debajo del 3 por ciento! En el ejercicio 2007-2008, por ejemplo, tan sólo hubo una desviación del 0,03 por ciento. Y lo mismo sucedió en la campaña anterior, y en la anterior, y en la anterior… Hasta la presente. Primero dijeron 505.000 toneladas; un mes y medio después se desdicen y hablan de 428.000. Esta diferencia de 77.000 toneladas supone un 15 por ciento menos en términos relativos. ¿Cómo se explica esto?

Sí, ya sé que ha llovido mucho, que algunas explotaciones han sufrido estrés hídrico tras un ciclo de intensa sequía, que este fin de semana ha habido rachas de viento que se han llevado por delante buena parte de las aceitunas que aún pendían de las ramas de los árboles. De acuerdo, llevan razón, pero un fallo del 15 por ciento es inasumible mire por donde se mire y joda a quien joda. Ya son muchos los que se preguntan si detrás de esta maniobra no hay otro tipo de intereses, como los de apreciar un producto que nunca se debería haber depreciado.

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