El análisis de los números siempre tiene dos lecturas: la positiva y la negativa. Normalmente los seres humanos acuden a una u otra en función de lo que les conviene. En este arte de convertir lo blanco en negro y lo negro en blanco hay auténticos virtuosos, personajes con una habilidad bárbara para convencer al prójimo sobre causas perdidas, teorías inverosímiles y tomaduras de pelo. Pues bien, la Encuesta de Población Activa es uno de esos engañabobos que desvirtúan la realidad del mercado laboral. Ojo, y no es que la EPA sea mala de suyo (de hecho sus parámetros son de aplicación común en toda la Unión Europea), sino que muchas veces los que se encargan de interpretarla tienen intereses torticeros.
Veamos. Ahora que hay menos ocupados (en 2008 hemos pasado de 256.200 a 237.100), hay políticos que focalizan su discurso en el incremento de los activos (de 291.000 a 295.000). Parecen términos análogos (de hecho así aparecen en los diccionarios de sinónimos), pero en realidad no lo son. ¿Qué pasa? Que estos políticos de los que les hablo son perfectamente conscientes de que la inmensa mayoría de los ciudadanos desconocen que para la EPA un ‘ocupado’ es el que trabaja y un ‘activo’ es el que trabaja o está en paro. La regla de tres es sencilla: si hay más activos y menos ocupados, forzosamente tiene que haber más parados. Pero claro, eso no lo dicen. Es más, algunos de estos políticos simpaticones son capaces de llevar la farsa más allá y han llegado a decir que no es malo que haya más gente en paro porque eso significa que hay más gente con ganas de conseguir un empleo. Como lo oyen, palabrita del niño Jesús.
A ver si se dan cuenta de una puta vez: que no, que no somos gilipollas.