Los que me conocen saben perfectamente que yo no creo mucho en los corporativismos. Bueno, en realidad es que a estas alturas de la película me he convertido en un absoluto descreído, lo que no sé si es bueno o malo. Pero hay formas de actuar, basadas en prejuicios alimentados por la estulticia, que ponen sistemáticamente a los periodistas en el disparadero de la cosa pública. Vamos a ver, no somos ningunos santos pero tampoco unos hijos de puta. Me comentaba mi amigo Francis J. Cano, historia viva de la fotografía en Jaén y hombre sabio, que esta identificación plumilla-demonio es el legado que ha dejado para la posteridad la televisión basura, acostumbrada a hurgar en las miserias del prójimo para vender miseria.
Bueno, les digo todo esto porque ayer estuve en Higuera de Calatrava. Supongo que ya lo sabrán, pero en este pueblo de la Campiña hay unas 200 familias que se han quedado al borde de la ruina porque el almazarero al que confiaban su aceituna ha ido a la quiebra. Había una asamblea de dolientes y, dada la relevancia social de este caso, el periódico consideró oportuno que un menda fuera para allá a cubrir el evento. Desconfianza, miradas de reojo, comentarios al oído, indignación… gestos perfectamente lógicos debido a la gravedad del asunto. El problema es que, llegado el momento de la reunión, hubo un grupo de agricultores que no sé por qué narices decidió que los informadores sobrabábamos. Huelga decir que, evidentemente, yo no me marché del lugar por muchos motivos, entre otros porque el cónclave era en un lugar público (el polideportivo) y con las puertas abiertas de par en par.
Pero cuidado, a diferencia de lo que intentaron hacer con nosotros (los cámaras sí que se tuvieron que dar las de villadiego para evitar males mayores), yo jamás cometeré la torpeza de meter a todos los olivareros en el mismo saco. Comprendo perfectamente que cuando uno está profundamente jodido, platee formas de actuar guiadas por el corazón, no por el entendimiento. Es más, agradezco la comprensión hacia nosotros de muchos de los presentes que, a pesar de los pesares, nos trataron con el respeto que debe tenerse siempre hacia cualquier profesional que se gana las habichuelas de forma honesta.