En situaciones de necesidad, como las actuales, el hombre desarrolla un extraño sentido para procurar ‘arrimar el ascua a su sardina’, algo perfectamente lógico (y legítimo) por otra parte. Esta habilidad supone, por ejemplo, la utilización indiscriminada de pretextos que chirrían en los oídos del prójimo, que muchas veces se debate entre la condescendecia hacia el que tiene necesidad y aceptar una lógica que roza lo absurdo. Esto está sucediendo con los precios del aceite de oliva. Veamos, que el ‘oro verde’ de Jaén cueste 1,70 euros de media es un putadón como una casa de grande. Eso no lo niega nadie por estos lares. Pero con todo lo que está cayendo, afirmar sin tapujos que a los consumidores les da exactamente igual pagar 2 euros por algo que se puede adquirir 0,30 euros más barato, resulta un poco ‘chocante’ (por utilizar un eufemismo).
Yo sé que la cosa está muy mal, pero con esos argumentos no se convence a nadie. Y mucho menos a los ‘usuarios’, un grupo extraordinariamente heterogéneo en el que seguro que habrá unos cuantos a los que les sobre el parné, pero en el que prevalece una inmensa mayoría que siempre se decantará por lo que le cueste un céntimo más barato. Es lo que tiene esto del dinero, un bien escaso ahora que nos movemos en los lodazales de la recesión.