Hace unos años -¡madre mía, cómo pasa el tiempo!- publiqué este articulillo justo el mismo día del sorteo extraordinario de El Gordo. Era un 22 de diciembre de 2004. Decía así.
“No sé si usted será consciente pero quizá acabe de ingresar por mor de la diosa fortuna en el selecto grupo de los 3.300 jienenses que, según la estadística, deben estar en posesión de uno de los décimos agraciados con lo que sea en la cantinela de San Ildefonso, ese otro villancico que nos despierta todos los 22 de diciembre con la esperanza de ser ‘el elegido -ahí es nada-. Dicen los teóricos del sorteo extraordinario de Navidad que hay más posibilidades de que te parta un rayo por la mitad, como temían los galos Asterix y Obelix, que te toque el Gordo.
Qué quieren que les diga, pero yo perdí la ilusión hace mucho tiempo y ahora sólo aspiro a no sulfurarme en exceso cuando esta tarde revise en IDEAL la lista de premios y empiece a apilar la decena de papelitas que irán directamente, ‘y sin pasar por la casilla de salida’, al cubo de la basura. Tampoco soy de esos que disfrutan viendo por la televisión como los demás, los típicos de Elche, Toledo o Sort, dan saltos embutidos en un gorrito de Papá Noel, descorchan botellas de cava catalán y manifiestan a grito pelado que con los cuartos se van a pegar un homenaje y van a tapar ‘esos agujeritos que todos tenemos -o sea los 20 millones de la hipoteca-.
Y es que la obligación de ‘invertir’ en lotería se ha convertido en una de las tradiciones más estúpidas e ilógicas del mundo. El 90 por ciento del montante que jugamos es por compromiso. Que levante la mano quien no se ha ido de cena con amigachos y compañeros y no ha terminado literalmente desplumado por el uno que te ofrece una participación del Cristo de no-sé-qué, por el otro que te extorsiona apelando a la fraternidad universal y por aquél que esgrime ese numerito simpático que todos compran no vaya a ser que aquí todo quisque se forre y a mi me vayan dando’. Por eso yo me conformo sencillamente con la pedrea, con recuperar parte de esos 200 euros malgastados y con pasar página cuanto antes, y hacer propósito de enmienda para el año que viene no volver a acostarme otra vez con esa cara de gilipollas integral que, desgraciadamente, termina imprimiendo carácter por cansancio.
No, hoy no es el día de la salud, ni el de la madre que me parió, ni el de la alegría ajena. Hoy es el Día del Gilipollas, del inocente con orejeras que todavía sucumbe ante la falsa creencia de que es posible pasar del todo a la nada por casualidad -llámenlo como quieran-. La suerte, además de ser un hecho accidental, no suele entender de justicias sociales y demás ‘zarandajas’. Por eso, desde hace mucho, no confío en ella”.
Pues bien, queridos amigos, ese año tocaron 270 millones de euros en Beas de Segura. Se me quedó ‘cara de gilipollas’.