No sé si alguna vez les he dicho que los programas del corazón me provocan un intenso dolor de barriga. No puede evitarlo. Sale el careto del Jorge Javier, la Esteban o la Patiño y automáticamente, sin quererlo, empiezan a darme retortijones. Así que, como es lógico, inmediatamente cambio de canal en búsqueda de lo que sea. Me da igual. La teletienda, Dora la Exploradora, la carta de ajuste, un serial venezolano… Cualquier cosa vale para estabilizar el estómago y creer nuevamente en el ser humano.
Pues eso, que hace unos días, por circunstancias que no vienen el caso, tuve que ver un rato uno de estos ‘espacios televisivos’ -cuatro o cinco minutos, no más-, tiempo suficiente para que, nuevamente, afloraran en mí unas nauseas incontrolables. Una de estas teóricas de lo insulso, ‘periodistas’ que elevan la soplapollez a la categoría de problema de Estado, vino a decir que una señora mala-malísima, de cuyo nombre no quiero acordarme, otrora sirvienta de Carmen Ordóñez, hacía brujería. Y agregó que la gente en Sevilla, “porque en Andalucía creen mucho en estas cosas”, andaba acongojada con la susodicha y sus poderes destructivos. Por el tono en que se despachaba, la ‘periodista’ me refiero, parece ser que la otra, la malévola, ya le había hecho vudú.
Así que ya lo saben. Si no tuviéramos bastante con nuestra condición de indolentes, graciosos, duermesiestas y bullangueros, ahora también creemos en las meigas, en los hechizos y en los fantasmas. Vamos, que no nos atribuyó precisamente un don especial para las artes y las letras, sino una querencia hacia la superchería, hacia la justificación de lo justificable desde lo sobrenatural. O sea, que nos llamó gilipollas a nuestra cara y se quedó tan pancha, que dirían en mi tierra.
Realmente, que esta señora diga esto debería preocuparnos bien poco. Este tipo de afirmaciones deben contextualizarse: quién lo dice, cómo lo dice y dónde se dice. Pero no me digan ustedes, amables lectores, que estos estereotipos no les cansan. Pero qué coñazos y repetitivos son. A ver si estos ‘creadores de opinión’ cambian de chip de una puñetera vez.