Setenta y dos horas después del 12-M, el Día del Acongojo Cósmico, con la perspectiva del tiempo, me siento con la disposición emocional suficiente para reflexionar desde la mesura sobre los últimos acontecimientos. Ya les dije en mi comentario anterior, que pretendía ser liviano, que lo sucedido en las Cortes el pasado miércoles era trascendente por dos razones. Primera porque nuestros próceres habían estado a la altura de las circunstancia de una puñetera vez desde que estalló la crisis, abordando con severidad y contundencia el imparable deterioro de las cuentas públicas. Y segundo porque cumplieron con su obligación, que no es otra que adoptar decisiones en pos del interés general. Es decir, asumiendo el coste político que implica gobernar.
¿Que cómo valoro los ajustes? Pues imprescindibles. No podemos pensar en un crecimiento sostenido en el medio y largo plazo con un déficit superior al 11 por ciento. Sé que es una jugarreta para los funcionarios y los pensionistas, especialmente para estos últimos que subsisten con una paga misérrima -650 euros escasos en Jaén-, pero también tengo clarísimo que al ‘sector privado’ no se le puede pedir más sacrificios. Además, no debemos perder la perspectiva de que la merma de capacidad adquisitiva de los servidores públicos, los consumidores más fiables, va a tener repercusión sobre la economía en su conjunto. Menos demanda, menos actividad productiva, menos mano de obra.
Dos brevísimas digresiones. Los políticos han demostrado una incapacidad total para gestionar la situación. El Gobierno se ha limitado a poner paños calientes a un enfermo que requería de bisturí. Y la oposición se ha enrocado en su papel antagonista descartando por sistema cualquier posibilidad de entendimiento pese al clamor universal. El problema es que, fruto de esta falta de aptitud, estamos donde estamos. En este punto conviene recordar que la encuesta del CIS sitúa estos señores como el tercer problema de los españoles. No me digan que no tiene cojones la cosa.
Un último apunte. Yo siempre he pensado que los sindicatos desempeñan un papel indispensable. En este contexto tan complicado, mucho más. Miren, una vez, entrevistando a Cándido Méndez, me recriminó que le inquiriera sobre si las centrales de clase tenían la misma vara de medir para lo público que para lo privado. Me dijo que cómo podía cuestionarle eso a estas alturas de película. Pues me da a mí, señor Méndez, que la España no funcionaral se está preguntando precisamente eso, por qué ahora sí y antes no. Sí, ya sé que la primera premisa era la salvaguarda de la protección social, pero cómo se puede entender, por ejemplo, que 2009 fuera uno de los años con menor conflictividad en Jaén a pesar de las interminables colas de desempleados. Me consta, porque así me lo han dicho, que muchos sindicalistas, liberados y no liberados, jamás han entendido este paroxismo. Además, voy a ser mal pensado. No creo eso de que no convoquen una huelga general alegando que no quieren contribuir al deteriorio de la coyuntura. Me da a mí que, conscientes de que ahora mismo no despiertan una simpatía generalizada, tienen sospechas más que fundadas de que pueden pinchar, y eso sí que estaría feo.