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jorgepastor2000

Patadón y tentetieso

Cuestión de huevos

No sé si será por esto de los 46 grados a la sombra, porque dormir sin aire acondicionado es una utopía o porque andamos todos un poco desquiciados con esto del la crisis y el fin de las vacaciones, pero últimamente vengo observando que más de uno anda un tanto turbado al volante. Veamos, es una estupidez de grueso calibre intentar aparcar en el centro de una ciudad como Jaén. Lo era antes y lo es ahora. No hace falta abundar mucho más en las razones. Enormes zanjas, socavones por doquier, calzadas cortadas… han reducido drásticamente el número de plazas de estacionamiento. De hecho, mal que les pese a los adictos al motor -los que cogen el coche hasta para hacer pipí-, la puesta en marcha del tranvía marca un antes y un después, ya que la nueva configuración urbana de la capital obliga a utilizar los párquines y, por ende, retratarse como dios manda.

Pero vayamos al grano. Varón de mediana edad, pelo cano, mondadientes entre los incisivos, gafas con cristales verdes -un pelín hortera, diría yo-. El susodicho, armado con uno de esos mercedes interminables, llega a la calle Bailén, semipeatonal para más señas, y hace todo lo que no se puede hacer: primero, dejar ‘el tanque’ en un lugar de tránsito de viandantes, jodiendo la marrana, y segundo, intentar aparcar en el huequecillo que dejaban dos chirimbolos y en el que, a duras penas, cabería si acaso un Seat Seiscientos. Todo un espectáculo. Primera maniobra, pequeño golpe en la trasera. Segunda, viaje contundente en la delantera. Tercero, nuevo topetazo. Visto lo visto, el ‘muchacho’ considera que el ángulo no es correcto y decide volver a la carga. Más de lo mismo, leñazo contundente por aquí, raspón definitivo por allá…

El animado espectáculo era observado por una muchedumbre que, curiosa, decidió aguardar al epílogo. Qué terminaría destrozando antes ¿su flamante automóvil, con faros redonditos de xenon, o el chirimbolo? “Se admiten apuestas”, dijo uno con poca gracia y mucha ironía. La cosa se ponía interesante. Y es que nos encontrábamos justo en ese punto en que los seres humanos tenemos que optar entre admitir la derrota, agachar las orejas y quitarnos de en medio, o perseverar en lo imposible, tirar de soberbia y que salga el sol por Antequera -aunque suponga escarnio público o, lo que es peor, la ruina-. Pues bien, este señor se decantó irracionalmente por lo segundo. Cuestión de testiculina. Diez minutos. Sí, diez minutos siguió erre que erre, dándole a todo. Hasta que al final no le quedó otra que tragar saliva, comerse toda su petulancia y abandonar la escena no sin antes dedicar una peineta al respetable.

En fin, una historia con final patético.

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'El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo' (García Márquez)

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