Estamos a 13 de septiembre. Quedan 16 días para la huelga general. En estas semanas previas son muchos los que se preguntan ¿voy o no voy? Sinceramente, a estas alturas de la película, no me atrevo a vaticinar qué sucederá. Y no lo hago porque en mi ‘grupo de discusión’, o sea entre mis amigos, nadie lo tiene claro. Soy consciente de que este tipo de ‘estudios sociológicos’ son poco científicos, pero tengo el privilegio de tener colegas bastante sensatos, alejados del bipolarismo ideológico y cuyo juicio siempre me ha permitido anticipar con cierto éxito formas de actuar en momentos en que alguién, ahora los sindicatos, apela a la responsabilidad colectiva para lograr algo, en este caso derrocar la reforma laboral.
Yo tampoco lo tengo claro. Por razones profesionales, tengo un conocimiento bastante preciso de las nuevas ‘reglas del juego’. Y, hombre, sinceramente, sí que me parece que otorgan un amplio margen de discrecionalidad a los empleadores para que hagan y deshagan. Esto en la práctica significa una merma de derechos adquiridos. Pero, por otra parte, me niego en rotundo a criminalizar a los empresarios porque sí, por tener una especie de pulsión oculta que les haga disfrutar poniendo de patitas en la calle a quienes, con mayor o menor empeño, también contribuyen con su esfuerzo a que el negocio salga adelante en tiempos de dificultades. Los habrá muy cabrones, pero también conozco a unos cuantos que han llorado como niños -alguno en mi hombro- por tener que despedir a los suyos.
Otra cosa bien distinta, y que sí merece una contestación contundente en la calle, es la absoluta incompetencia de nuestros políticos, tanto los que se sientan a la derecha como a la izquierda del hemiciclo -también, si me apuran, los del centro-. Han demostrado una incapacidad total para gestionar una crisis que requería de acciones de gobierno contundentes desde el minuto cero, por mucho coste electoral que tuvieran, y que también precisaba de pactos de Estado negados sistemáticamente por la oposición. Sí, ya sé que este planteamiento, que implica un entendimiento previo, puede resultar un tanto infantiloide habida cuenta de cómo se la gastan nuestros próceres, pero no hemos de olvidar la gravedad de una coyuntura desconocida hasta la fecha -ahí está, por ejemplo, el 27 por ciento de tasa de paro en una provincia como Jaén-. A éstos sí que habría que abrirles la puertecita y amablemente decirles: “Por favor, vayan saliendo ustedes por el mismo sitio por el que han entrado”.