Veamos. Antes de empezar quiero dejar bien claritas un par de cosas. Primera y principal, que soy un firme defensor de la absoluta libertad para hacer lo que se quiera con el peculio propio. Y segunda, también pienso que pegarse un fiestón sin hacer mal a nadie es uno de los mejores bálsamos contra las enfermedades del espíritu. Hechas estas importantes matizaciones, básicamente para que nadie me tilde de tocanarices, sí que me gustaría hacer una reflexión en voz alta sobre esto de que Jaén se disponga a vivir diez días de feria como diez soles. Ya apunté en el periódico algo sobre el particular.
Para ilustrar este asunto puse el siguiente ejemplo. Señor que está a régimen, pero que le encantan los pasteles. El médico, consciente de que en muchos casos es mejor el remedio que la enfermedad, le permite tomar uno a la semana o, excepcionalmente, dos. Pero resulta que un repostero malintencionado llama todas las mañanas dos veces a su puerta, como el cartero, y le pasa por delante de sus napias unas bandejas de dulces que son gloria bendita. El gordito, de voluntad bastante débil, no resiste y ‘peca’. Además, lo hace dos y tres veces. De quién es la responsabilidad ¿del que sucumbe ante la tentación o del capullito de alhelí que le echa el anzuelo? Yo lo tengo clarísimo: si la culpa se pudiera medir en porcentajes, el primero tendría un 60 por ciento y el segundo un 40.
Esta metáfora se puede aplicar muy bien a San Lucas. En Jaén, como en el resto del mundo, hay mucha gente extremadamente jodida con la crisis. No me lo he inventado yo; lo dicen las estadísticas oficiales. Ahí están, por ejemplo, los casi 20.000 hogares jienenses con todos sus miembros excluidos del mercado laboral. Pues bien, opino que es una cabronada en toda regla para estas familias programar unas fiestas que empiecen este sábado -hay muchos que ya comenzarán la farra hoy- y que terminen el lunes de la semana siguiente. Y me parece una putada porque también habrá muchos que no se puedan permitir el lujo de pisar una sola vez el albero del ferial. ¿O quizá sí? La respuesta, la fábula de la dieta.