Lo primero, vaya por delante mis disculpas por la demora en la actualización del blog. No voy a entrar en mayores detalles. Se trata de razones técnicas ajenas a mi voluntad. Durante estos seis días han sucedido unas cuantas cosas que me gustaría haber abordado, pero que están fuera de lugar en una bitácora cuyos tempos están ligados al día a día. Hasta aquí el apartado de justificaciones. Una vez dicho esto, voy a lo que voy. Hoy quiero hacer una breve reflexión sobre este oficio de contar noticias. Alguna vez lo he hecho, pero procurando alejarme de corporativismos y autocomplacencias. Nunca me ha parecido muy higiénico, la verdad, promulgar a los cuatro vientos lo sumamente cojonudísimos que somos.

Pero esta vez, y sin que sirva de precendente, sí que quiero reivindicar el ejercicio del periodismo como contrapeso al abuso. Sé que las nuevas tecnologías han ponderado la figura del informador profesional, otrora investido de un halo romántico muy difícil de entender desde el concepto 2.0. Tampoco me refiero al cuarto poder. Sería demasiado pretencioso por mi parte. Todo esto es mucho más sencillo. Pocas, poquísimas cosas de las que suceden ahí fuera son arbitrarias. La realidad no deja de ser un enorme escenario de intereses. Y nuestra misión consiste en interpretar y desmenuzar todo eso para que lectorores, oyentes y televidentes conozcan siempre las auténticas intenciones de los que mueven los hilos. Esto nos obliga, lógicamente, a ser unos desconfiados empedernidos.

Podría exponer algún ejemplo reciente de cómo el apagón informativo ha impedido que la opinión pública se forme un juicio certero. Lo acaecido en el Sáhara, verbigracia. Pero no hay que irse ‘tan lejos’ Aquí y ahora tengo la completa seguridad de que habrá alguien largando o actuando con ánimo tendencioso -ojo, que lo tendencioso no siempre es negativo-. Una vivencia a modo ilustrativo. Ex consejero juntero que se reúne con futuros trabajadores de gran superficie. Ex consejero juntero que acusa a la prensa de mentir sobre los datos del paro. Ex consejero juntero que no se percata de que hay un plumilla cabroncete en una esquina de la sala. Ex consejero juntero que al día siguiente sale en los papeles en estado puro. No se pueden imaginar cuánto varía muchas veces el discurso de pasillo de lo políticamente correcto.

Acabo tomando prestada una frase de Aristóteles: “No basta decir solamente la verdad, más conviene mostrar la causa de la falsedad”.