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Patadón y tentetieso

¿Aburrido o gilipollas?

El colchón volador

Pienso que ‘hacer el gamba’ es saludable en ocasiones. Incluso divertido, diría. Dar de lado a los complejos y entregarse a la improvisación, a la ocurrencia y a las desinhibiciones nos permite transgredir esa enormidad de normas imbéciles que han estandarizado nuestras existencias. Básicamente, por mucho que nos joda, todos hacemos lo mismo. Yo, cuando era núbil, hice unas cuantas soplapolleces que no fueron bien entendidas por el recto juicio y la sensatez de los adultos. No voy a entrar en mayores detalles porque forma parte de mi privacidad. De jovenzuelo también sumé unas cuantas, absorto en el espíritu revolucionario de los primeros años de carrera. Fui criticado todavía con más dureza. Al principio, cuando me afeaban la conducta, me sentaba mal y respondía intentando justificar lo injustificable. Pero después me di cuenta de que la gracia era precisamente ésa, el enojo del sometido a lo políticamente correcto.

Pero pasan los años. Se cae el pelo. La barriga gana tamaño. Calzas zapatos. Y entonces, sin darte mucha cuenta, te sitúas en la posición del que otrora fuera tu enemigo y, desde ‘la sabiduría’ que aporta la experiencia, criticas exactamente lo mismo que pudiste hacer en algún momento de tu vida. Lo llaman madurez. ¿Y a qué viene esto? Pues miren, como bien saben, la semana pasada tuvimos agua para dar y tomar. Así que, uno de estos días de temporal -no recuerdo cuál-, aprovechando que el cielo a veces clareaba, emprendí raudo camino hacia el trabajo para evitar que la mundial me cayera encima. Miraba recurrentemente hacia las nubes y ¡zaaas!, ahí me topé con esta peculiar imagen que, obviamente, inmortalicé con la cámara del móvil para ahora mostrarla en el blog. Fíjense… Sí, no les den más vueltas, es un colchón anclado en un árbol.

¿Aburrido o gilipollas? Fue la primera pregunta que intenté responderme en un intento vano por comprender las motivaciones de autor de tal gesta. Sí, porque lo no único que tuve clarísimo desde el primer instante es que aquel ‘bodegón’ era obra y gracia de un ser humano. Es cierto que hubo fuertes rachas de viento que derrotaron señales y cornisas, pero también es igual de cierto que Eolo, por mucha divinidad que sea, nunca hubiera hecho un trabajo tan perfecto. Es decir, que o bien alguien lanzó el jergón desde abajo hasta que lo logró, o bien alguien se encaramó al platanero a lo Johnny Weissmuller o bien, y esto sería lo sencillo -y lo menos probable-, el susodicho optó por arrojarlo desde el edificio contiguo. En cualquier caso, y a este punto quería llegar, el simpáticon éste tuvo que emplear dos, tres, cuatro, diez minutos, un cuarto de hora quizá, en conseguir ‘la hazaña’. Ya está. Ahora nos escojonamos todos y hacemos un fiestón.

P. D. Si por un casual el artista leyera estas letras, sin acritud, compañero. Son cosas de la edad.

'El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo' (García Márquez)

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