Llevo diez años escribiendo un par de páginas sobre economía todos los días. Unos 5.000 artículos. También este blog tiene ya su historia. Con éste van 226 comentarios. No está nada mal. Pero hoy me siento delante del ordenador con el ánimo de escribir dando de lado durante unos minutos a mi condición de periodista. Esta vez no voy a valorar la realidad desde los criterios de la ortodoxia informativa, un terreno que normalmente requiere de grandes dosis de interpretación, sino desde el sentido común. Estoy circunspecto. Yo diría que un tanto iracundo. Resulta que Zapatero, con esos ojitos aterciopelados y ese ademán obsequioso, anunció ayer que quita los 426 euros y, por obra y gracia de los mercados -la madre que los parió-, mire usted por donde que se abarata nuestra deuda. Maravilloso.

O sea, que la única forma de aplacar el apetito voraz de los especuladores es condenando a vivir de la caridad al que no tiene donde caerse muerto. Cojonudísmo. El Estado de bienestar feneció en gran cristiandad en marzo, tras el primer sablazo y la aprobación de ese latrocinio llamado ‘reforma laboral’. Ahora lo que ha muerto es directamente el Estado. Aquí quien manda son los gestores de los fondos de inversión, que están haciendo su trabajo de putísima madre y que decidieron hace mucho tiempo que el euro, como pasó en su momento con la libra esterlina de Su Graciosa Majestad, es presa fácil. Grecia e Irlanda ya han caído. A Portugal le quedan dos telediarios. Y a España, un par de meses, según apunta el consenso científico.

Vamos a ver, si no me falla la memoria, llevamos más de tres años con la soga al cuello. Cagaditos. En el cadalso. Y durante todo este tiempo ¡qué puñetas se ha hecho para impedir que un país como España, con sus 47 millones de habitantes, se vaya a la mierda! Y no me refiero sólo a ZP y a los intereses partitocráticos de sus opositores, sino a los custodios del orden mundial, subyugados al liberalismo radical. Nadie, ni el G-20, ni la Comisión Europea, ni el Fondo Monetario Internacional, ni el Banco Central Europeo, nadie, ha sido capaz de trazar una línea roja, un cordón sanitario, que salvaguarde de la mezquindad derechos tan elementales como comer algo caliente un par de veces a la semana. Para esto servían los míseros 426 euros, para que los 17.000 parados crónicos de una provincia como Jaén tuvieran un último asidero antes de acudir a la magnanimidad del prójimo. Penoso.