La delación siempre me ha parecido una práctica abominable. Y si el chivato se escuda en el anonimato, mucho más. Pero como toda regla tiene su excepción, hay casos, como éste de la foto, en que el chivo realiza una labor eficaz que debe contar, incluso, con el beneplácito social.
La imagen habla por sí sola, pero hago una breve apostilla para situar al lector. Alguien con ‘mucha prisa’ se lleva por delante el espejo retrovisor de un coche perfectamente aparcado en el lateral de una calle. El susodicho, consciente de los destrozos que ha causado y ajeno a cualquier pesadumbre, se da a la fuga. Pero mire usted por donde que un ciudadano observa la escena y, conmovido por la falta de escrúpulos, deja una oportuna notita en el limpiaparabrisas con la filiación del conductor ‘despistado’.
Al menos esta vez no se fue de rositas.