Pues ya se ha liado la marimorena. La España católica, apostólica y romana frente a la España del fútbol, las pasiones y los clásicos a cara de perro. La casualidad -y plantillas confeccionadas a base de talonario, todo sea dicho- han querido que el Barça de Xavi y el Madrid de Cristiano disputen la supremacía el miércoles santo, con el Señor camino del gólgota y las aficiones culés y merengues pendientes de un campo llamado Mestalla. Balompié en las televisiones y santos en las calles, dos realidades difícilmente compatibles a no ser que, como apuntaba con mucho tino e ironía mi compañero Juan Esteban Poveda, los costaleros lleven transistor debajo de los tronos y se marquen un ‘sevillano’ cada vez que Messi o Ronaldo conquisten la portería rival. Podría pasar. Yo he visto a algún irreductible enganchado a los cascos mientras un familiar -un hermano, por ejemplo- matrimoniaba con toda solemnidad delante del altar.

Ya les adelanto yo que el contencioso, alimentado por la Federación Nacional de Hermandades y Cofradías, tiene poco recorrido. El partido no se cambiará de día por un motivo fundamental: el balompié mueve millones y la Semana Santa calderilla, aunque a estas alturas de la película ya nadie discuta que las procesiones son el sostén de una industria que da de comer a miles de familias y también son un revulsivo para el turismo, un sector de enorme interés estratégico para provincias como Jaén. Alguien va a salir trasquilado y me da a mí que en este litigio los cofrades tienen todas las papeletas para perder por goleada, nunca mejor dicho. Así que, dadas las dificultades para que converjan dos mundos que tienen tan poco en común, lo inteligente sería buscar soluciones que sumaran y no restaran.

Hasta aquí mi humilde aportación a esta polémica tan ‘agria’ como absurda. Sí, porque mira que son del agrado del respetable este tipo de pleitos que no llevan a ninguna parte. Sé que habrá más de uno que interprete estas palabras como una ofensa. “Ya está aquí el gilipollas de turno diciendo lo que está bien y lo que está mal”, pensarán. No les quito la razón. Están en su derecho. Pero, sinceramente, y sin ánimo de caer en planteamientos demagógicos, ¿no sería mucho más producente darle a determinados asuntos la importancia que realmente tienen? A mí me parece estupendo que la gente se divierta chillando delante de la caja tonta o viviendo con recogimiento el paso de una cofradía, pero de ahí a convertir esto en un problema, con todo lo que está cayendo, me parece una frivolidad que forma parte de una España esperpética y sainetera que ya va siendo hora de que vayamos olvidando.