Los de mi generación, la de los treinta y tantos, crecimos a los sones de la ‘post’ movida, que básicamente era lo mismo que la movida pero quizá con un punto de madurez más. Uno de los grupos emblema se llamaba Golpes Bajos. Tampoco es que ‘bebiera los vientos’ por ellos, pero sí que se sacaron de la manga una tonada que me enganchó. Se llamaba ‘Malos tiempos para la lírica’. Ayer, antes de apagar el ordenador en la redacción y pegar carpetazo a una intensa jornada laboral, eché un vistazo somero a la edición de hoy, la que se puede comprar en los quioscos, y me di cuenta de que los 80 fueron ‘malos tiempos para la lírica’, los 90 también y qué le voy a contar de lo que está pasando ahora.
Y es que ‘romanticismo’ y ‘crisis’ son términos absolutamente incompatibles en una economía de mercado como ésta. Las cosas son magníficas si hay pasta gansa de por medio; sin embargo están abocadas al fracaso cuando el parné escasea, así se cuenten los damnificados por decenas de miles. No hay piedad.
Esta última semana estamos teniendo ración doble de ello. Ahí está, verbigracia, el cierre de Santana Motor en Linares, la única fábrica de coches con capital cien por cien español que había en este país. O la deglución de la Caja de Jaén por Unicaja, una ‘operación estratégica’ que supuso el final de una entidad que era blasón del orgullo provincial -un amiguete, un tanto cabrón, siempre habla peyorativamente de ‘orgullo provinciano’-. O la quiebra del Real Jaén, que se jugó todo a la carta del ascenso desesperado a segunda, que fracasó de forma estrepitosa y que ahora, intervenido judicialmente, no tiene dinero ni para pagar a los árbitros. Podría contarles otros muchos casos, pero tampoco se trata de echar sal en la herida.
Lo dicho, ‘malos tiempos para la lírica’.