Ayer, aprovechando unos segundos de relax, decidí apoltronarme en el sillón con el firme propósito de entregarme al placer de lo nimio, un rato de enajenación mental imprescindible para desconectar de una realidad tan horrenda y desconcertante. Descartada por higiene mental la opción de la tele, cogí uno de esos suplementos dominicales que siempre hay en el revistero y empecé a pasar páginas buscando algo ligerito. Me paré en un reportaje -muy bien escrito y muy bien documentado, por cierto- sobre las conductas sexuales de los adolescentes. La periodista, llamada Silvia Grijalba, acudió a un grupo de Tuenti para ver cómo los imberbes abordaban estos asuntillos de la cópula. Sobrecogido. Me quedé sobrecogido. Aporto un par de testimonios respetando ese lenguaje geroglífico e indecoroso al uso en este tipo de foros. “Es k las hay muchas K con 14 buscan piruletas (entiendo que se referiría a penes)”. “No directamente yo conozco jente (sic) ke tiene 12 años y han echo (sic) asta (sic) er Kamasutra”. Y el mejor de todos, “¡qué razón lleva. Aquí hay algunas de 13 años que se sujetan el himen con desafil”.
También aparecían otros datos esclarecedores como que los zagales fornican a razón de dos veces la semana y que ellas tenían una especie de pulsión por rasurarse el chocho, una práctica que en este argó se llama ‘hacerse un brasileño’. ¡Joder, y yo que siempre me había dado ínfulas de liberal! Recuerdo perfectamente cuando, también siendo joven, defendía con vehemencia que cada cual, en ejercicio del patronazgo sobre su cimbel, estaba legitimado para hacerse un solitario con la izquierda, echar un polvo furtivo en el hueco de la escalera o montárselo con cincuenta y cuatro. A la vista de los asertos de estos chaveas, obviamente, mis pensamientos juveniles han quedado anquilosados en el cenozoico.
Estas soflamas libertarias, influidas por la lectura clandestina de Bukowski y otros autores malditos, eran el epílogo de un discurso basado en argumentos que ahora, a la vista de cómo se las gastan los púberes, parecieran un tanto naif. En primer lugar, la libertad y el consentimiento de las partes, una línea roja que jamás se debía traspasar. En segundo término, la sensualidad, imprescindible para el gozo mutuo. Y tercero y último, el cortejo y la complicidad, factores fundamentales para que la fricción de la cebolleta fuera algo más que un acto compulsivo. Para todo ello se requería madurez, paciencia y también algún patrón de comportamiento basado en una cosa llamada ‘sensibilidad’. Y ya me dirán ustedes la experiencia que pueden acreditar sobre el el particular rapaces de 12 o 13 años. Bueno sí, ya les adelanto yo que, entre que éste sigue siendo un tema tabú en muchos hogares y una educación carente de valores, sus referentes son los del sexo estereotipado del porno on-line, donde la mujer aparece sìempre cosificada, y la de un sexo finalista, donde la sutileza no deja de ser un engorro.
Jamás cometeré la arrogancia de dar como bueno lo propio y como malo lo extraño. Tampoco pienso que tiempos pretéritos siempre fueron mejores -aunque la actualidad insista tozudamente en demostrar lo contrario-. Pero creo, sinceramente, que esto del ‘himen con desafil’ y las ‘piruletas’ sí tiene algo de anormal, por no decir patológico. Y además pienso que la responsabilidad no es de los chiquillos, cuyo comportamiento no deja de ser reflejo de una sociedad desnortada. Vamos a ver, el púber tiene pito -o bollete- y le da gustito cuando se lo toca o se lo tocan. Es completamente normal que exista curiosidad, ganas de conocer e incluso un deseo precoz de probar la fruta prohibida. Ahora bien, considero que es responsabilidad de los padres acompañar a los hijos en el descubrimiento de este mundo apasionante y guiarles en un rito iniciático que requiere de amplias dosis sentido común, sensatez y respeto hacia la otra persona.