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jorgepastor2000

Patadón y tentetieso

David Russell

Andaba yo ordenando papeles en el despacho cuando, por casualidad, llegó a mis manos una vieja carpeta, raída por el uso, en la que guardaba un puñado de recuerdos de pubertad. Fotos de fiestas, el carné del club Keiko, fichas con mis primeras revisiones de la vista y un par de pósteres doblados con esmero. Entre ellos, uno que realmente llegó a hipnotizarme siendo chavea. Cuantas y cuantas horas habré pasado delante de él, observando gestos, detalles, posturas, expresiones… Lo desplegué con cuidado, repasé los pliegues para evitar que el papel se desvencijara y, durante unos minutos, inmerso en la máquina del tiempo, experimenté nuevamente aquella fascinación adolescente que, por desgracia, la madurez siempre termina devorando de forma inmisericorde. ¿Saben quién era David Russell? Supongo que sí pero por si acaso, se lo explico. Se trata de uno de los mejores aleros norteamericanos que jamás han pisado una cancha de baloncesto en este país. Jugó en el Estudiantes. A mediados de los 80. Nunca he visto a ningún jugador hundir la pelota en la canasta con la belleza, elegancia y contundencia que lo hacía Russell.

El póster del que les habló era de él, del mítico David Russell, ejecutando un mate estratosférico ante la mirada claudicante de las murallas adversarias, doblegadas ante la embestida de aquella mala bestia. Pero las buenas fotografías, como ésta de la revista Gigantes, siempre tienen un principio y un final. No lo ves, pero lo imaginas. Y yo me imagino a Russell recibiendo en el centro del campo, corriendo el contraataque como una auténtica bala, con los ojos clavados en el aro y despegando con la potencia de un Boeing 797, el gigante de los cielos, desde la mismísima línea de personal ante un respetable atónito, alucinado por la osadía de un ser humano que desafiaba las leyes de la física cada vez que cogía el balón. También sé cómo acaba la película. Russell, tras empotrarse en la red, llevarse a los pivotes por delante y aterrizar gloriosamente, consigue que Magariños explote de júbilo. Cuentan las crónicas de la época que Estudiantes perdió aquel partido, pero también cuentan que, una vez finalizado el encuentro, Russell tuvo que salir a los medios a saludar ante la insistencia de la Demencia -‘la madre de la ciencia’-. Si el deporte es épica, desde luego Russell era Espartaco.

Russell era un mito para mí y para otros muchos de mi quinta. Y lo era porque, a diferencia de lo que ocurre ahora, había vida más allá del fútbol. Enchufábamos la tele y podíamos disfrutar de disciplinas ahora ignoradas. Miren. A mí me gusta el balompié. Que levante la mano quien no disfrute con la geometría, la magia y la velocidad de Xavi, Iniesta y Messi, pero hay más. Mucho más. Hay por ahí mucho virguero con la misma capacidad que Xavi, Iniesta, Messi y mi admirado Russell para levantar al público de sus asientos. No lo hacen en el Camp Nou ni el Bernabéu, pero los puede encontrar en cualquier polideportivo perdido de la España perdida. Con una raqueta de badminton, con un stick de hockey, con un guante de beisbol, con unas piernas y unas manos dotadas para ser los mejores. Comprendo que el dinero no entiende de romanticismos. Entiendo también que los medios se vuelquen con las audiencias. Pero, amigos y amigas, o democratizamos el deporte, o ampliamos miras o cometeremos el lamentable error de ignorar algo de lo que no andamos precisamente muy sobrados, talento.

Dedicado a mi amigo Tato, un enamorado del baloncesto.

'El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo' (García Márquez)

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