Siempre he sentido envidia sana hacia las personas de risa fácil. Son más ufanos. Supongo que esta predisposición hacia la carcajada tendrá una explicación científica. No sé… alguna hormona o algún nervio que se activa con más facilidad en unos individuos que en otros. Desprenden buen rollito. Los admiro. He teorizado mucho sobre el particular. Además -y éste es el valor añadido de mis elucubraciones- lo he hecho desde la perspectiva de quien, desgraciadamente, carece de esa simpatía aforística que tanto bien hace a esta sociedad de ciudadanos cabreados y cabreadas. Qué le vamos a hacer. Mientras que hay gente que se desternilla con los chistes de Marianico el Corto o Chiquito de la Calzada, yo la verdad es que nunca les he cogido el punto. Y no será porque no lo he intentado. Pero nada, que no me hacen ni puta gracia. No quiero decir que Marianico y Chiquito no sean unos maestros de la bufonada, que lo serán, sino que son la mejor constatación de que no hacen falta grandes alardes ni sortilegios para lograr que el público se tronche. Ése es el quid de la cuestión.
Y es que la sonrisa es, sin lugar a dudas, el preludio de la felicidad. Un estado del alma que conlleva, a su vez, un positivismo más que saludable ahora, con el mundo entero asomado al precipicio, y también antes, cuando las mañanas eran joviales, los pajarillos cantaban y la gente pedía créditos (y se los concedían) para irse de vacaciones. El optimista es ‘rara avis’, pero existe. Se conforma con lo poco (o nada) que tiene. Hinca las zapatillas en el albero y torera las adversidades con arrojo y gallardía. Y, lo más importante, se parte el culo con Marianico y Chiquito, esos dos tótems de la comedia, ese par de ‘fistros y pecadores de la pradera’ que, teóricamente, tantos momentos de humor han proporcionado a listos, tontos, guapos, feos, altos, bajos, gordos, ingenieros… menos a mí que, a pesar de no ser muy inteligente, no me hacen ni puta gracia.
Necesito saber el porqué. Y necesito saberlo básicamente por un motivo. Para descubrir la cara amable de la realidad, que estoy seguro que es la mar de gratificante. Quiero descuajeringarme, por ejemplo, con la ‘prima de riesgo’, que es una cosa muy seria, pero que ha dado pie a mil y un juegos de palabras ‘ocurrentes’ y (me imagino) que divertidos. Que si mi ‘prima’ sí que tiene ‘riesgo’, que si mi ‘prima’ es una cachonda, que si mi ‘prima’ se va a los puertos (parafraseando a la Lola de los Machado)… Yo he visto colegas que realmente han echado un ratito agradable con la ‘prima’ y sus devaneos. Y ¿por qué no? También aspiro a vivir instantes inolvidables con Marianico, con su boina y con sus historias de paletos. Y también con Chiquito, con sus movimientos robóticos, sus chascarrillos y ese gracejo andaluz que, por mucho que me encabrone, al parecer siempre aporta un plus a esto de la mojiganga y la mascarada.