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Patadón y tentetieso

Ávaros y cabrones

Las nuevas tecnologías han modificado las rutinas de trabajo de los periodistas. Antes -no hace tanto, la verdad- te ponías al tanto de la actualidad leyendo periódicos y consultando teletipos. “El color informativo del día”, que decía el profesor Ángel Faus. Ahora, además de beber en diarios y ‘despachos de agencias’, los plumillas navegamos es ese enorme caudal de informaciones llamado internet. Blogs, confidenciales y redes sociales aportan mucho y bueno a nuestro curro. Pues eso, que andaba por el Twitter echando un vistazo a lo que dice ‘mi gente’ cuando el ‘timeline’ escupió prácticamente seguidos dos ‘tuits’ que reflejan a la perfección algo que siempre he tenido meridianamente claro: la codicia no tiene límites. Leo en primer lugar las declaraciones de un bróquer de la City londinense, un tal Alessio Rastani. Este tipo afirma que “la crisis es un sueño para los que quieren hacer dinero”. Y el vivo ejemplo de ello es él mismito, todo repeinado y encorbatado, que se acuesta todas las noches -se supone que con la conciencia tranquila- contando los segundos que faltan para que llegue la nueva recesión. Justo a continuación ’emerge’ un segundo ‘tuit’ tanto o más inquietante. “Seis trabajadoras de la ayuda a domicilio de Jaén se encadenan a las puertas del Ayuntamiento para exigir el pago de las nóminas atrasadas”.

Éste es, amigos, el puto ‘color informativo’ de un puto martes de otoño de un puto 2011 en el que un individuo llamado Rastani se pavonea de llenar las alforjas gracias a que el mundo se va a la mismísima mierda y seis currantes desesperadas se amarran a la puerta de una administración para para exigir dignidad. Ésta es la vergonzate dicotomía de un mundo doblegado ante el poder omnímodo del dinero y de los intereses de los mercados. Qué hacemos ¿nos resignamos? Hay quien insiste en que el camino más fácil es el del autoconvencimiento, el de asumir que estamos profundamente jodidos y que, antes o después, pasaremos por el cadalso. Pero también hay quien más allá de atacar la enfermedad -existe bastante consenso sobre dónde, cómo y cuándo hay que actuar- piensa que ha llegado el momento de que la sociedad, a través de sus representantes políticos, den un golpe encima de la mesa y tracen una especie de cordon sanitario contra las dentelladas de especuladores confesos, ávaros y cabrones.

Ya están tardado. Rastani augura que la hecatombe esta ahí, a la vuelta de la esquina. Ya lo estoy viendo, frotándose las manos, sumando ceros, haciendo cábalas sobre lo mucho que se embolsará a costa de los pobreticos griegos, portugueses, italianos, españoles, jienenses y granadinos. Todo esto que les estoy contando puede parecer una utopía, un planteamiento quimérico, una entelequia. ¿O quizá no? Posiblemente no sea el único que piense así. Es más, me atrevería a afirmar que es una creencia compartida por todos ustedes. Aseguraría, incluso, que hasta el propio Rastani es plenamente consciente de que, como se descuide, igual algún hijo de la Gran Bretaña, con más hambre que el perro de un hippie, lo puede correr a gorrazos por Hyde Park. Entonces llorará como posiblemente lo hayan hecho ya las seis trabajadoras encadenadas al Ayuntamiento de Jaén y los millones de personas que pasan fatigas todos los días.

Tiempo al tiempo.

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'El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo' (García Márquez)

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