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Patadón y tentetieso

Los aberrunchos

Hace unos días, deambulando entre los angostos pasillos de internet, repasando textos marcados como ‘favoritos’ en la memoria del pecé, me topé con un artículo de Francesc-Marc Álvaro, de La Vanguardia, con un título que me dejó un tanto azorado. ‘La década que nos dejó sin aliento’. Reflexiona Francesc-Marc sobre la actualidad desbocada de los diez primeros años del siglo XXI, desde el atentado hiperrealista de las Torres Gemelas a los efectos devastadores de una crisis que no entiende de indulgencias. Y lo hace desde el prisma de las emociones individuales y colectivas. “El bloqueo de las ilusiones”, resumía el periodista, “que también nos libera de ciertas congojas”. Y es que llevamos demasiado tiempo observando la cara más desabrida de la realidad. La del horror, la destrucción, el paro. No hay más que abrir el periódico o ‘enchufar’ el telediario para comprobarlo. Y lo peor de todo es que esta ‘negatividad por sistema’ nos está agriando el carácter. Nos hemos acostumbrado a vivir con la ingrata compañía de la tristeza.

Las cosas son como son. Sigue habiendo perturbados que se inmolan en las plazas públicas. Sigue habiendo terremotos que se llevan por delante miles de biografías. Y sigue habiendo cabrones que pinchan las ruedas de los coches y roban espejos retrovisores. Todo esto sucedía en 1999 y seguirá ocurriendo en 2012, en 2020 y si algún asteroide despistado no lo evita, es bastante probable que siga pasando de 2050 en adelante. El gran reto, ahora y siempre, es convivir con la incertidumbre, que no es moco de pavo, pero sin necesidad de acudir todas las mañanas al psicoterapeuta, retirarnos a las Seychelles o releer a Marcel Proust cuatro o cinco veces -con una va bien-. Es una meta complicada, qué duda cabe, pero factible con el apoyo de los demás. A veces basta con un simple abrazo. Un simple roce. Una simple caricia. Lo tengo clarísimo. Hacen falta almas candorosas dispuestas a arropar. Como el grupo de chicas que este sábado ofrecían apretones de balde a los que subían y bajaban por el Paseo de la Estación o como un señor llamado Aberroncho que, al parecer, despacha achuchones por doquier en un simpático programa de televisión.

El mundo necesita muchas chavalas como las del Paseo de la Estación y también muchos aberronchos. Y además los precisa rápido, de forma urgente. No hay más tiempo que perder, que ya llevamos 4,5 millones de años haciendo el bobo y amargándonos la existencia. No hace falta ninguna formación. Tampoco estudiar oposiciones. Basta con tener dos brazos -incluso con uno podría valer-, voluntad y un poco de generosidad, requisitos compartidos por la mayoría de los mortales. Y lo mejor de todo es que también hay un amplísimo mercado donde elegir. Millones y millones de seres taciturnos que viven con la palabra melancolía escrita en el rostro. Se les identifica fácilmente. Tan fácil como que a veces basta con mirarse al espejo y descubrirse a uno mismo. Hagan la prueba. Abracen y déjense abrazar. Posiblemente el espejo les devolverá entonces la imagen de una persona con una mirada distinta.

 

 

 

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'El día que la mierda valga algo, los pobres nacerán sin culo' (García Márquez)

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