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jorgepastor2000

Patadón y tentetieso

Enrique V

 Dicen que la esperanza debe ser lo último que se pierda. Error. Lo último que debe perderse siempre es la ilusión. Y una de las cosas que más preocupa es que veo a demasiada gente cariacontecida. Ésta es la auténtica crisis, no la del dinero. La ilusión nos permite aventurar una vida mejor y convertirnos en protagonistas del mañana. Y sobre todo es vitamina para el espíritu. Por eso considero fundamental que el Gobierno ponga en marcha un plan de choque para recuperar la ilusión perdida. Podrían encargarle la tarea a nuestro paisano Cristóbal Montoro. Seguro que se inventaría un nombre acojonante. Él es el mejor especialista del mundo en inventarse nombres acojonantes. Ahí está, por ejemplo, su celebérrimo Plan de Medidas Excepcionales para Incentivar la Tributación de Rentas no Declaradas, un magistral circunloquio para no referirse a la ‘amnistía fiscal’. No sé… podría llamarlo Plan de Revitalización del Tejido Mental Colectivo. O mejor Programa Integral de Sinergias del Alma para Creer que el Futuro Existe. O quizá sería más atractivo, aunque algo descomedido, Estrategia Comunitaria para Salir del Agujero de una Puta Vez. Esto del titulillo no deja de ser un mero formalismo, pero siempre es importante porque da la sensación de que quien pone nombres de esta estofa, tan rimbombantes y floridos, parece que sabe mucho del asunto y así nos encontramos todos como más seguros y reconfortados. Como el anuncio de Íker Casillas.

Además, como se trata de Cristóbal Montoro, tenemos la inmensa fortuna de que los recursos económicos estarían garantizados. Que por algo, además de un reputado experto en denominaciones, este señor, orgullo de Jaén y del barrio de la Magdalena, es una de las personas que más sabe de hacienda pública. Aunque estoy pensando que tampoco lo tendría muy difícil. Teniendo en cuenta que no hay un puñetero duro y que el objetivo es “el déficit, el déficit y el déficit”, igual valdría con que sonriera un poquito de cuando en vez, al menos cuando se ponga delante de cámaras y alcachofas, y se mostrara medianamente optimista. No estoy diciendo que oculte la realidad y que venda motos. Sencillamente que se muestre un poco más dichoso. No mucho. Lo estrictamente necesario. Sin alardes. Aunque la botella esté casi vacía, que se fije en lo poquito que queda dentro. Y a ser posible, que transmita este mensaje a Mariano, Soraya y demás ‘compaes’ porque no sé si estarán dando cuenta -supongo que sí-, pero su estrategia de acongojar puede ser muy útil para ‘justificar’ recortes, tijeras y motosierras, pero son también un ‘hachazo’ para la confianza. Y ninguna batalla se ha ganado, que sepa yo, con la tropa desmoralizada.

El Gobierno tiene magníficos asesores de comunicación, aunque su política de comunicación sea un desastre. Tampoco creo que hagan falta laboriosos estudios ni mayores honduras. Basta con leer a los clásicos. Era el año 1415. En la víspera de la batalla de Azincourt, el rey Enrique V, espoleado por el discurso derrotista de su primo Westmoreland, dirige a la mesnada, exhausta y achantada, una de las arengas más sobrecogedoras de hagiografía bélica. Una proclama que el talento de Shakespeare hizo célebre en ‘La vida de Enrique V’. Los ingleses, con tan sólo 5.000 arqueros y 1.000 peones, aplastaron a los 24.000 soldados del aguerrido ejército francés. Aquella jornada quedó para la gloria. Igual ahora, en este punto, resulta que vamos necesitando ya más enriques quintos y menos westmorelands.

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