La voracidad de la crisis, que traducida al plano informativo significa que siempre habrá una noticia peor que la anterior, está teniendo un peligroso efecto anestésico. Hemos aprendido a convivir con el desaliento. Tomamos gintonics mientras hablamos de la prima de riesgo. Esta coyuntura también ha trasladado el interés de la opinión pública hacia los grandes centros del poder. Christine Lagarde, Berlín, Banco Central Europeo… Insisto en que, más allá de la lectura positiva que implica darnos cuenta de quienes dirigen nuestras vidas, lo más preocupante es que muchas veces no valoramos en su justa medida lo que ocurre bajo la suela de nuestros zapatos. Por ejemplo, ¿somos realmente conscientes del alcance del anuncio realizado por el Ayuntamiento respecto al tranvía? Supongo que estarán al tanto. Se lo resumo en diecisiete palabras. Ponemos en marcha el puñetero trenecico durante un año y si las cuentas no salen, lo desmantelamos. O sea, que arriesgamos durante un año el dinero de todos y si los números salen en rojo, pues enterramos 18.300 millones de las antiguas pesetas que, por si alguien lo dudaba, también son de todos. Abran juego, señoras y señores, sobre el tapete, repito, la bonita cifra de 18.300 millones de las antiguas pesetas.
El tema es delicado. Hay quien apunta, incluso, que con recorrido judicial. Y la posición del excelentísimo, más que discutible por varios motivos. Enunciaré tres. El primero porque incurre en el mismo error cometido por los que han gobernado este país en este lustro ominoso. El diferir la adopción de decisiones trascendentes, lo que en la práctica puede suponer un quebranto mucho mayor –ahí está el rescate bancario-. El segundo, porque damos por bueno un principio que, como mínimo, es discutible. La rentabilidad económica prevalece sobre la social -analícese lo que sucede con otros servicios públicos-. Y tercero, aceptando los estudios de demanda que se manejan, que apuntan a falta de viabilidad, no se aportan medidas previas para evitar que esa ruina latente, promulgada a los cuatro vientos por los que ahora prescriben, se convierta en patente. Y entonces todo será más complicado. La patata quema. Y, sinceramente, tengo mis dudas de que el mantra de la herencia envenenada pueda esgrimirse sine die. A estos próceres del PP, como a los otros del PSOE-IU, les votaron para que gobernaran, lo que significa coger el toro por los cuernos y no deshojar la margarita. Recuerdo nuevamente, 18.300 millones de las antiguas pesetas.
En democracia, la actuación de los partidos políticos está legitimada por las urnas. Pero mucho cuidado. El pueblo soberano manda, no extiende cheques en blanco. Hace unos días me comentaba un amigo que, en pleitos tan graves, igual habría que preguntarle a la gente. “Dile a los ciudadanos que elijan entre pagar un millón de euros al año por el tranvía o ganar 100.000 euros por parking -que es el uso que se la da hoy día al trazado- y la creación de diez puestos de trabajo”, me comentó. Debo de reconocerles que, inicialmente, no conferí a esta propuesta demasiada relevancia. Y me equivoqué. El planteamiento no es ninguna ’boutade’ y además apunta en una dirección más que interesante. ¿Por qué no un referéndum? Creo que el destino de 18.300 millones de las antiguas pesetas bien lo merece.