Sí, amigos y amigas del alma, me confieso inocente. Mi yo naíf, el que sueña con gráciles avecillas, cielos estrellados y refrescantes gintonics, vence a diario a mi yo periodista, el que escribe sobre gente jodida, empresarios arruinados e hijoputillas -sin acritud- experimentados en el ‘arte’ del joder. Y en éstas, amigo Sancho, que me fui de vacaciones mediando julio, con el mundo patas arriba, y regresé mediando agosto, con ese mismo mundo patas abajo. Partí “hasta el infinito y más allá”, como el impávido Buzz Lightyear, con la aspiración de que primas, marianos y rajoys nos devolvieran al Mar de la Tranquilidad, ese maravilloso océano donde cambió el rumbo de la Historia y al que quizá tendramos que regresar, como metáfora del futuro, para escapar de la ciénaga. “Éste es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”, dijo el ínclito Neil Armstrong al abandonar el Apollo XI, pisar la Luna y demostrar la capacidad de los seres humanos para reinventarse y conquistar las metas más imposibles. Y desde luego superar la crisis no es ninguna quimera por mucho que Goldman Sachs y sus hombres de gris -los de negro vienen de Bruselas- se empeñen en colonizar el mundo, frau Merkel apriete las clavijas y el Coyote amenace al Correcaminos.
Seremos capaces de salir de ésta. No tengo ninguna duda. Igual que ‘conquistamos’ la Luna, remontaremos el vuelo. Lo único que pasa es que, advertido Houston de que teníamos un problema hace cinco años como cinco soles -que se dice pronto-, no hay más tiempo para especulaciones ni para hacer el bobo. No queda oxígeno en el módulo lunar. Y no van los tiros por aquello de la “situación insostenible”, “el enorme deterioro de la economía” y demás muletillas al uso en la era de las vacas famélicas, que también, sino porque básicamente ha llegado el momento de los acuerdos. Porque la gente está ahíta de mentiras y reproches. Porque la gente está, en definitiva, hasta ahí mismo de políticos que no han dado una a derechas desde 2007 -que alguien me cuente una sola medida que haya dado resultado- y que siguen con el ‘edificante’ hostia va-hostia viene mientras la sociedad se empobrece y las familias pasan fatigas. Insisto, el consenso tiene que llegar ya sí o sí. Todos a una, que después ya vendrá el Coco con la tijera afilada y el rechinar de dientes. Hay precedentes. En 1977, partidos, organizaciones empresariales y algún sindicato -no sin reticencias- firmaron los Pactos de la Moncloa. También entoces estábamos al límite y optamos sabiamente por cerrar una puerta y abrir otra. Una aventura complicada que implica comerse bilis, egos, carnés e ideologías -si quedan-.
Y por eso, porque mi yo naíf es cojonudo y prevalece sobre mi yo periodista abogo por la reconciliación. Por que Mariano y Alfredo, barbita con barbita, convoquen urgentemente a la prensa para darse un apretón de manos fuerte y sincero. Y a ser posible, incluso, un abrazo y dos besos. Y abogo también por que señores parlamentarios como Alfonso Alonso, que son listos, tienen carrera e incluso aprobaban oposiciones -cuando se convocaban-, se la envainen y no utilicen a los desempleados como arma arrojadiza. “Se está pagando a los parados de Zapatero”, soltó el muchacho hace unos días en relación a la ayuda de los 400 euros. Y abogo por que las Cortes sean las Cortes -el próximo que patee el escaño o insulte, a la puta calle.-. Y por último abogo por que todos, aforados y no aforados, soñemos con Neil Armstrong, Buzz Lightyear y el Correcaminos para derrotar este pesimismo anestesiante que tantísimo daño nos está haciendo.
Dedicado a mi ‘compae’ Jorge Álvarez