Vengo observando de un tiempo a esta parte que son muchos los jienenses que están desarrollando verdadera fobia hacia el olivar y hacia los olivareros. El pasado martes, por ejemplo, con motivo de la tractorada de COAG en la capital, algunos conductores increpaban a los agricultores llamándoles ‘catetos’. Sí, soy perfectamente consciente de que el ambiente estaba caldeado y de que a nadie le gusta quedar ‘atrapado’ en medio de un atasco a causa de una manifestación (y menos a las dos de la tarde), pero lo cierto es que este rechazo del que les hablo no se circunscribe a un momento y a unas circunstancias concretas, sino que viene de largo.
Yo soy de los que pienso que las sociedades son tanto más libres cuando mayor es el espíritu crítico de los seres humanos que las conforman. Y no está mal que muchos ciudadanos analicen en profundidad los porqués del bajo grado de desarrollo de la provincia y den a conocer su punto de vista. Todo perfecto. Pero una cosa es valorar y debatir desde el constructivismo y otra bien distinta, insultar. Entre otras razones, porque faltar el respeto al prójimo lo que hace es ahondar en las diferencias y poner el acento en lo que nos separa. Así no vamos a ningún sitio.
Trasladar todas las protestas de la urbe al campo es, bajo mi modesto parecer, un error de bulto. Y lo es porque en vez de generar adhesiones y simpatías, lo que se crea es malestar. Para bien o para mal, la economía de Jaén depende en exceso del sector primario. Si la industria oleíocola funciona, Jaén funciona. Es así de jodido. Por eso es fundamental que el aceite de oliva cobre valor y los profesionales del campo recuperen su nivel de renta. Si a ellos les va bien, a todos nos irá un poco mejor.