Ya comenté hace una semanas que se avecinan meses complicados en el olivar. Ni soy pitoniso ni creo en las meigas, pero ya verán ustedes como no me equivoco. El año pasado el sector vivió una de las crisis más graves que se recuerda. Allá por mayo, coincidiendo con la feria Expoliva, las cotizaciones se desplomaron por debajo de los 1,60 euros. Sólo la puesta en marcha del sistema de almacenamiento privado propició una subida ficticia de los precios -ya me dirán ustedes qué significa retirar 35.000 toneladas para una producción de 1.200.000-, pero lo cierto es que sucedió. Transcurrido un tiempecito… vuelta a las andadas. Y así prácticamente hasta nuestros días.
Pero se avecinan cambios importantes. De hecho, en las últimas dos semanas ya se observa una lenta, pero continúa, apreciación del ‘oro líquido’. De 1,88 euros a los 2,11 actuales. ¿Qué está pasando? Pues que el mercado está empezando a ‘captar el mensaje’. Sí, el mensaje de que gran parte de la recolección se está pudriendo por la imposibilidad de recoger la aceituna tanto del árbol como del suelo. Nos adentramos ya en la cuarta semana con abundantes precipitaciones. Dicen las organizaciones agrarias que ya se ha perdido un 20 por ciento de la cosecha, lo que viene a significar unas 80.000 toneladas en Jaén y unas 200.000 en Andalucía. Pero lo peor de todo es que los pronósticos auguran más agua, por lo que a buen seguro ese 20 por ciento se quedará escasito.
Yo suelo ser muy cauto respecto a este tipo de valoraciones que hacen las asociaciones de productores. Ni los datos ni las palabras son inocentes cuando está en juego los intereses del colectivo. Pero esta vez parece que las apreciaciones sí se aproximan bastante a la realidad. Así que lo normal en estos casos es que cuando se produce un déficit de oferta, la demanda tenga que pagar más, especialmente si el consumo no decae. Es decir, que se está dando el caldo de cultivo propicio para que el aceite repunte y el panorama sea radicalmente distinto. Ojo, el que sea ‘distinto’ no quiere decir que sea ‘mejor’. A nadie le interesa un escenario de sobrevaloración de un producto que, más que nos pese, puede ser sustituido por otras grasas vegetales menos nutritivas y menos bondadosas, pero más baratas.