Vivimos en la aldea global. Guste o no guste. También, por supuesto, en la economía. ¿Quién nos iba a decir que los propblemas de morosidad de un ciudadano de Wisconsin iban a llevar al desempleo a un paisano de Pegalajar? Pero ésta es la realidad, por muchísimo que nos pueda joder. Y digo todo esto porque ‘se ha abierto la veda del patrono’. Sí, los empresarios se han convertido en los cabezas de turco de esta crisis. Ellos son los que echan la gente a la calle, ellos son los que socializan las pérdidas, ellos son los que solicitan concurso de acreedores para quitarse el marrón, ellos son los que presentan expedientes de regulación de empleo para abaratar los despidos… Ellos son lo peor de lo peor.

Pues no. Yo no creo que sea así. Me comentaba ayer el secretario general de la Confederación de Empresarios de Jaén, Mario Azañón, que él no conocía a nadie que se alegre por tener que cerrar su negocio. No sé ustedes, pero yo me dejo llevar por el sentido común cuando tengo y debo definirme (por algo soy periodista) entre dos posturas antagónicas. Y mi sentido común dice que es un putadón para los trabajadores que la empresa quiebre, pero también es un putadón para el que un día puso todo su dinero, esfuerzo e ilusiones en la puesta en marcha de un proyecto mercantil y ahora se encuentra sin proyecto mercantil, sin dinero, sin ilusiones y, muy probablemente, con deudas con los bancos. Éste también está en la ‘rue’, pero muy pocos se acuerdan de él.

Otro tema bien distinto es quien se ha puesto las botas en diez años de vacas gordas y ahora, a las primeras de cambio, se da golpes en el pecho y pide el auxilio de Papá Estado para que les saque las castañas de fuego. De éstos hay muchos en Jaén. En cualquier caso, las relaciones laborales jamás deben deteriorarse porque la cuenta de resultados no dé para más. Si baja la demanda, habrá que reestructurar o despedir a parte de la plantilla. Yo creo que en eso todos estamos de acuerdo. Pero jamás debe admitirse, y a eso deben estar muy atentos los sindicatos, que los pocos que se queden en el barco paguen los platos rotos y se les explote con mayor carga de trabajo y jornadas interminables.