No sé si ustedes tendrán la misma percepción que yo, pero me da a mí que la crisis está sirviendo para bien poco. Tras una primera etapa consistente en reconocer que estábamos jodidos, tras una segunda en la que nos fustigamos buscando culpables y tras una tercera de profundas lamentaciones por todo lo que estaba sucediendo, ahora nos encontramos en una cuarta fase, la de los debates eternos sobre cómo salir del atolladero, la de los pactos que no llegan, la de las reformas que se quedan en agua de borrajas. Esta mañana escuchaba a una avezada contertulia afirmar sin ambages que nos tenemos que acostumbrar a vivir con una tasa de paro del 20 por ciento -del 25 por ciento en Jaén-. Pues muy bien señora, pensaba para mis adentros, mejor nos vamos a tomar mucho viento.
Este discurso de la resignación es cíclico. Normalmente cobra fuerza cuando varias noticias funestas coinciden en el espacio y en el tiempo. Ahora vivimos uno de esos momentos. El gobernador del Banco de España alerta sobre la delicadísima situación de las cajas de ahorro, acuciadas por los impagos y por la acaparación de inmuebles embargados, y estalla el arcón de los truenos. Otro de esos instantes delicados fue hace unas semanas, cuando cinco capullitos de alhelí, reunidos en un restaurante de Manhattan, decidieron llenar las alforjas atacando el flanco más débil del euro, como en su día hicieron con la libra esterlina. Es decir, las endeudadas economías de los países PIGS -‘cerdos’ en la lengua de Cervantes-. Ellos, los gestores de los ‘hedge funds’ más poderosos del mundo, decidieron cargarse a Grecia mientras tomaban pollo al limón. No hay noticias de que ninguno se atragantara.
Y en ésas estamos, viéndolas venir. Los pajaritos abandonan los nidos, los olivos polinizan, los alérgicos las pasan canutas, Messi marca goles imposibles, las cañas cuestan un euro, los políticos siguen erre que erre -o sea a hostia limpia-, Garzón en el ojo del huracán… Los unos por los otros, y la casa sin barrer. Igual de expuestos a un mercado financiero sin reglas, igual de expuestos a yuppies sin escrúpulos a los que se la pela profusamente lo que le pase a griegos, españoles y la madre que nos parió, e igual de expuestos a la estupidez de los mediocres que perseveran a base de pelotazos.