Después de varios meses de velatorio, la Caja de Jaén pasará mañana a mejor vida. ‘Mejor vida’ en el sentido metafórico, porque se consuma su defunción como tal, y también ‘mejor vida’ en la literalidad de la expresión, porque se sube al caballo ganador. No hay más que echar un vistado al último anuario de la Confederación Española de Cajas de Ahorro (CECA) para comprobar donde se encuentra Unicaja. Además, qué narices, no hemos de olvidar la perspectiva de que la Caja de Jaén son los 90.000 impositores que la conforman, cuyos intereses están por encima de cualquier denominación. El dinero no entiende de patrias. Éste es un buen ejemplo de ello.
A eso de las 12,00 horas, Braulio Medel y Arcos Moya se darán el abrazo delante de las cámaras. Previamente, y esto es lo importante, habrán pronunciado el ‘sí quiero’ delante del notario, que es lo que realmente vale. Caja de Jaén, que mantendrá su nombre comercial durante algún tiempo, será ya Unicaja, con sede en Málaga. Se acabó lo que se daba. Comienza una nueva etapa.
Mucho se ha hablado sobre la conveniencia de esto que está sucediendo. Dos posiciones. Por una parte, los que nunca entendieron que una empresa rentable, estrechamente vinculada al territorio, desapareciera del mapa. Por otra, los que, plenamente conscientes de los terremotos que estaban por venir en los mercados financieros, consideraban que la integración era la mejor solución. Parece evidente, a la vista de los acontecimientos, que estos últimos llevaban razón. Pero más allá del acierto en los planteamientos que se hacían unos y otros, creo que lo más importante es que aquí ha imperado el sentido común. Es cierto que el hecho de no haber problemas laborales ha allanado el camino, pero también es igual de cierto que todo ha sido más sencillo porque nadie se ha cerrado en banda, enarbolando la bandera del terruño y demás zarandajas que no llevan a ninguna parte.