Subo el primer tramo de la escalera. Me detengo en el rellano. Y miro hacia atrás. “Adiós, verano, adiós”, mascullo. Afronto los últimos catorce peldaños, un breve ‘viaje’ que separa el sueño de la realidad. Abro la puerta. Traca-traca, traca-traca. La cerradura cada vez está más dura. Comienzo el cuarto curso periodístico de la ‘era de la crisis’ con los ánimos renovados y con la decepción de que el panorama sigue siendo, más o menos, igual de sombrío. Y para estrenarme, una de paro: los datos de julio.
Pues sí, señoras y señores, vuelve a subir el desempleo en Jaén. Encadenamos cuatro meses consecutivos con aumentos en las listas del Inem, aunque la noticia no es ésta, sino que la provincia va con el paso cambiado respecto al resto de España, que engarza cuatro caídas. Nosotros hacia arriba y el resto hacia abajo. Esta coyuntura tiene un significado que va más allá de la cara de gilipollas que se te queda cuando publican tus vergüenzas. La lectura es que por ahí hay trabajo y aquí no, un mal que, en caso de cronificarse, puede degenerar en consecuencias más peligrosas, como la emigración. Así ha sucedido históricamente. Parece que por ahora no hemos entrado en esta espiral despoblamiento. Es más, es probable que no se produzca -no nos engañemos, la cosas ahí fuera no están mucho mejor que aquí-, pero mientras exista el riesgo se deben adoptar medidas. Digo yo.
Yo pienso que para escapar del agujero se requiere un esfuerzo colectivo. Todos tenemos que poner de nuestra parte. Pero cuando existen desigualdades territoriales -más del 27 por ciento de tasa de paro en Jaén, según la EPA-, no vale aquello de aplicar tabla rasa. Recortes sí, pero mucho cuidado porque no es lo mismo quitarle diez al que tiene veinte que quitarle cinco al que tiene cinco. El primero se queda con diez; el segundo, con una mano delante y otra detrás.