Los que escribimos periódicos sabemos lo difíciles que se ponen las cosas en verano. Es bastante complicado pergeñar una oferta informativa medianamente atractiva para un público que, con buen criterio, sigue exigiendo que no le cuenten milongas ni bagatelas. La materia prima de los diarios, la actualidad, escasea y con demasiada frecuencia se acude al recurso fácil de relativizar conceptos como interesante o importante -teniendo en cuenta que muchas veces lo interesante no es importante y lo importante no es interesante- para cubrir el expediente. Y así elevamos a la categoría de información aunténticas soplapolleces que no pasarían de un breve en épocas más propicias.
Pero sería tremendamente injusto quedarse en eso. Sí, es cierto que en estas fechas se da pábulo a la intrascendencia, pero también es igual de cierto que, mal que pese a los ultraortodoxos de la profesión -los que todavía creen a pies juntillas en los corsés que históricamente han maniatado cualquier atisbo de imaginación en la prensa escrita-, el estío es terreno abonado para literaturizar las crónicas, para buscar el trasfondo de asuntos en apariencia triviales, para reivindicar el oficio de los que todas las tardes se sientan delante del ordenador con el afán de narrar una buena historia. Autocrítica sí, siempre, pero tampoco vituperio.
Un servidor, que ya tiene más muescas en el revólver que Sundance Kid -no es vanagloria, es entre dos y tres paginones diarios-, tiene la completa seguridad de que los lectores, los habituales y los esporádicos, agradecen el esfuerzo y valoran el producto. Y creo sinceramente que, por ejemplo, les importa un pimiento morrón que Felipe Juan Froilán de todos los Santos haga la peineta a los fotógrafos, uno de los culebrones de agosto elevado a la categoría de problema de Estado por la telemierda, y sin embargo sí les inquieta bastante que linchen mediáticamente a un chiquillo -repito, chiquillo aunque tenga sangre azul- que me parece a mí que las va a pasar canutas conforme le crezcan pelos en los sobacos. Seré un coñazo, pero para mí la noticia no es precisamente el corte de mangas, sino toda la porquería que hay detrás de una sociedad que, anestesiada, admite el ajusticiamiento de un menor.