Por razones laborales, estoy suscrito a varios canales de noticias económicas. Ahí me entero de buena mañana sobre lo que sucede en el proceloso mundillo del dinero. Hoy he recibido uno de estos ‘mail’ que me ha dejado un tanto patidifuso. Resulta que, debido a la mayor esperanza de vida y para no tener que empeñar el pancreas cada vez que llega la letra del piso, la ingeniería financiera transige ya con hipotecas con un periodo devolución quasi perpetuo. Cuánto ¿35 años?, ¿40?, ¿quizá 50? Pues no. Mucho más. Muchísimo más. Casi un siglo, 90 años. Qué les parece.
Tras leer sosegadamente la información, automáticamente se me ha venido a la cabeza la imagen de un paritorio. La madre, Pepita, aprieta con fuerza mientras que su marido, Antonio, la coge de la mano, le limpia el sudor de la frente y le da cariñosos besitos en la mejilla. “Vamos, mi amor, un empujón más, que ya sale”. Pepita, que no deja de mirar de reojo a su marido, toma aire, recupera el resuello y saca fuerzas de flaqueza para aventar al bebé, que anuncia su venida al mundo con un tímido llanto. Lágrimas. Un momento maravilloso “Enhorabuena, madre, tiene usted una niña preciosa, salud, paciencia y ánimo para cuidarla”, espeta la matrona mientras Pepita acoge en su regazo a la pequeña.
Y ahí está ella, Maritina. Tan bonita. Tan inocente. Tan indefensa. Y, sin comerlo ni beberlo, con una deuda de 500.000 euros heredada de sus papás, Pepita y Antonio, a la que deberá hacer frente para evitar que algún día, con 35 ó 40 años, un señor vestido con un mono azul entre en su casa para llevarse los muebles, la televisión -que entonces serán de 70 pulgadas- y las ilusiones de una vida que, desgraciadamente, nunca fue próspera.